Iván Duque ha tenido un mandato accidentado. Proveniente del partido en el que la voz mandante sigue siendo la de Álvaro Uribe, Duque incluso ha sido criticado por su mentor y se encuentra más solo que nunca a un año de terminar su periodo como presidente de Colombia. El siguiente año, inmerso ya en las campañas electorales, será su última oportunidad de afincar su legado y tendrá que decidir si éste irá por el lado partidista electoral o por lo que él considera el bien para su país.
Duque entró a escena en un momento en el que Santos había firmado un polémico tratado de paz con las FARC, muy criticado por Uribe, pero ansiado por gran parte de la sociedad que quería dejar esos días aciagos atrás. La implementación no fue sencilla, como era de esperarse, y Duque tuvo que pagar los platos rotos. La violencia no quedó atrás y se generaron poderes de facto que acentuaron la percepción de corrupción en el país.
A este escenario se le sumó la fatídica llegada del Covid-19. La pandemia se extendió en Colombia y devastó su economía. El desempleo aumentó con cada ola hasta llegar a 20%, un número alarmante que provocó que el gasto público se fuera por los cielos.
Con el país al borde del desastre económico y una pandemia que se eterniza, Duque buscó una solución radical: una reforma tributaria que dotara de recursos al gobierno para palear la crisis. La gente lo que escuchó fue “más impuestos”, lo que detonó las protestas callejeras. En una situación imposible, Duque tomó la decisión de recurrir al ejército, alienando aún más a la opinión pública y hasta a los miembros de su propio partido que miraron las encuestas de aprobación y previeron un desastre electoral.
Uribe y los congresistas de su partido se mostraron contrarios a esta reforma tributaria por motivos electorales. Duque ha quemado su capital político y representa el pasado. El partido ha de ver hacia adelante y proteger la sucesión presidencial, si esto implica sacrificar al presidente y no hacer una reforma posiblemente necesaria, adelante. Así es la política de hoy.
Lo cierto es que Colombia, siendo la cuarta economía de Latinoamérica, tuvo una caída del 6.8% el año pasado, un retroceso de una década que requerirá decisiones difíciles para equilibrarse y retomar el rumbo. Duque, que cedió ante las críticas y retiró su propuesta de reforma, tendrá que buscar una alternativa pronto si es que quiere salvar su legado.
Duque tiene un año por delante, pero ya todos miran a la sucesión anclándolo en el fracaso. La pandemia lo dejó en tierra de nadie y ahora sólo le queda por delante lograr un consenso en cuanto a una reforma tributaria moderada que logre resultados o pasar a los libros como un presidente solo y derrotado.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.