Las protestas en Cuba: un mes después

DISTOPÍA CRIOLLA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. La Razón de México

Hace un mes estallaron protestas en una ciudad cercana a La Habana, rápidamente viralizadas —gracias al acceso a Internet— en unos 62 pueblos y ciudades de todo el país. Decenas de miles de personas, abrumadoramente pacíficas, marcharon gritando consignas sociales y políticas. Las protestas llamaron la atención por la creatividad, diversidad y masividad de su convocatoria. Todo eso se produjo bajo un régimen político de carácter leninista, con mecanismos efectivos de control y movilización oficial de la población.

Como ocurre hoy en muchos países, la población de Cuba sufre el peso combinado de la pandemia, la pobreza y la represión. El llamado excepcionalismo insular, por el cual los cubanos gozaban de algunas prestaciones sociales a cambio del secuestro estatal de sus derechos políticos y cívicos, ha terminado. La excepcionalidad sólo sobrevive en la naturaleza de un régimen cerrado, el único de su tipo en una región mayoritariamente democrática. Un régimen que —a pesar de la Constitución recientemente aprobada— ha negado a su pueblo, antes, durante y después del 11 de julio, el derecho a ejercer y exigir derechos.

Como lo hicieron los regímenes iraní, nicaragüense o bielorruso ante las protestas populares, el gobierno cubano ha reprimido la acción ciudadana. Tras la mayor movilización autónoma en 62 años, las autoridades detuvieron a muchos cubanos —más de 700 según fuentes confirmadas—, incluidos menores de edad. Hay, al menos, un muerto víctima de la represión; otros reportes no oficiales amplían dicha cifra. Numerosos ciudadanos han sido golpeados por la policía y civiles armados con palos. Se ha prohibido a muchos acusados el derecho a una defensa cabal y oportuna y se les ha sometido a juicios sumarios. De todo ello hay evidencias fehacientes. A estas alturas, que vea quién quiera ver.

Reconocer la complejidad de la situación cubana no es sinónimo de maquillar la represión. Hablar de factores domésticos y exógenos no es repetir la propaganda de La Habana. No es ocioso repetir esos elementos. A la crisis del modelo de economía estatizada, agravada por la parálisis de las reformas de mercado, se sumó el impacto económico de la pandemia —que afectó al turismo, fuente de divisas— y el efecto de las sanciones de Estados Unidos. La dolarización de la economía a principios de 2021 aumentó la pobreza, la desigualdad y la escasez; mientras el gobierno favorecía la inversión inmobiliaria sobre el gasto social, construyendo centros turísticos. ¿No parece demasiado neoliberal para un gobierno supuestamente progresista?

Por último, las autoridades asumieron una política sanitaria que apostó todo al desarrollo de sus propias vacunas contra el Covid-19, incluida la decisión de rechazar el mecanismo Covax. Sin prestar atención al resto de las condiciones de infraestructura, insumos y personal que sustentan un buen sistema de salud pública. Cuando los cubanos dentro y fuera de la isla comenzaron una campaña humanitaria para enviar suministros médicos, el gobierno la rechazó.

En este momento hay una combinación explosiva: las causas de las protestas continúan, la represión aumenta el miedo, pero también la ira. La legitimidad del gobierno no se compara con lo que alguna vez tuvo Fidel. La gente sabe que hay muchos descontentos, que tienen voz y que, a pesar del miedo, salieron a reclamar sus derechos. Las calles fueron suyas, durante unas horas. Eso es muy poderoso. Algo se quebró a nivel psicosocial esa jornada de domingo. Y no veo cómo podrá revertirse fácilmente, con terror y zanahorias.

EU, Europa y Latinoamérica deben impulsar acciones humanitarias, con gestión multilateral, que lleven ayuda a la población cubana. Proceder a la donación de millones de vacunas a través de la Organización Mundial de la Salud, la Cruz Roja y Caritas; ayuda que los buques y aviones de esos países pueden llevar a la isla. Aceptando que el Ministerio de Salud de Cuba tenga un papel en la implementación in situ de esa ayuda. Como ha ocurrido antes en Haití, donde los médicos cubanos han trabajado con funcionarios y suministros de la USAID.

Nada de esto significa negar el carácter autoritario del régimen cubano. Tampoco abandonar el apoyo a las demandas democráticas de su pueblo. Pero sin vidas salvadas no habrá lugar para un futuro democrático en Cuba.

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