Se fue de manera intempestiva. No fue su culpa. Estoy seguro de que a Fernando le hubiera gustado despedirse en persona de cada uno de sus amigos. Pero nada de esto estaba planeado. Lo vamos a extrañar doble porque nos faltaron sus últimas palabras.
Fernando Curiel logró reunir en su persona muchos de los personajes a los que aspiramos los hombres que nacimos en el siglo XX: abogado, novelista, historiador, crítico literario, editor, columnista, cronista, ironista, alto funcionario universitario, dandi, galán, conspirador, encantador de serpientes.
¿Cómo comenzar a escribir una biografía de Fernando? ¿Cómo ofrecer un panorama de su extensa obra literaria, académica, crítica? Por fortuna, él dejó, por aquí y por allá, retazos de sus memorias. Ofrezco aquí una anécdota que le gustaba mucho contar.
Resulta que de joven Fernando Curiel entró a la escuela de teatro del INBA con el propósito de convertirse en actor. Su maestro de declamación era nada más y nada menos que Juan José Arreola. En una ocasión, después de haber recitado el manido monólogo de Segismundo (de La vida es sueño), Arreola, como único comentario, le pidió que lo buscara al final de la clase. Dejo que Fernando acabe de contar la anécdota:
—¿Repara, Curiel, en que usted es pésimo actor?
No, no me desmayé, pero el golpe estalló en el plexus de alguien que tenía en la mira el Actor’s Studio de la ciudad de Nueva York.
—¿Además de la de teatro, estudia usted otra carrera?
—Mmm, sí, Derecho, en CU.
—¿Y ha vivido en provincia?
—Así es, profesor.
—Estudia Derecho y ha vivido en provincia… ¡Entonces lo suyo es la literatura!
Y fue así como el cine nacional perdió a un actor de reparto, pero la literatura mexicana ganó a un protagonista de excepción.
Estimado lector, saque pluma y papel y apunte los siguientes títulos de Curiel que no pueden faltar en su biblioteca: Viva Londres! (1973), renombrado en siguientes ediciones Vida en Londres; una crónica desenfadada del Londres de la época de los Beatles, del arte pop y de los movimientos juveniles; Manuscrito hallado en un portafolios (1999), novela política en la que se plantea un imaginario golpe de Estado de un grupo de militares para recuperar los ideales de la Revolución mexicana; Onetti, obra y calculado infortunio, ensayo crítico que le mereció el Premio Xavier Villaurrutia, en 1980; La querella de Martín Luis Guzmán, libro que le valió el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas, en 1983; La revuelta. Interpretación del Ateneo de la Juventud (1998), quizá el mejor estudio que se ha escrito sobre ese grupo cultural en el que destacaron Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y José Vasconcelos.
Algunos de sus amigos estamos preparándole un homenaje. Será nuestra manera de despedirnos de Fernando, aunque ya no podamos escuchar sus respuestas desbordantes de humor e inteligencia.