Haití: la revolución y el silencio

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Pensar la Revolución Haitiana, que conmemora 230 años en estos días, es pensar las diversas prácticas de su silenciamiento. Uno de sus mejores historiadores, el marxista trinitario C. L. R. James, lo señala en el prólogo a Los jacobinos negros (1938). No hay inocencia posible después de conocer la epopeya de aquellos esclavos que se rebelaron por su libertad e independencia y en doce años derrotaron a tres imperios: el español, el británico y el francés.

James, intelectual antifascista y antiestalinista, decía que en 1938, cuando escribió su libro, la “serenidad era imposible”. Hasta en “un suburbio al lado del mar”, anotaba en aquel prólogo, “podía escucharse el eco de la artillería pesada de Franco y el tableteo de los pelotones de fusilamientos de Stalin”. El silenciamiento de la Revolución Haitiana, en la historiografía y el pensamiento occidental, buscaba ocultar el vuelco más radical que diera país alguno en los primeros años del siglo XIX. Michel-Rolph Troillot, historiador haitiano, lo expuso con claridad en un libro memorable.

La filósofa estadounidense Susan Buck-Morss también se interesó en una forma tangible de ese silenciamiento, al advertir que la Revolución Haitiana era una fuente inconfesa de la teoría sobre la “dialéctica del amo y el esclavo”, elaborada por Hegel en la Fenomenología del espíritu (1807). Hegel citaba múltiples ejemplos de la historia antigua griega y romana, para describir el fenómeno de la esclavitud, pero ocultaba sus fuentes hemerográficas.

Buck-Morss demostró que el filósofo alemán, gran lector de periódicos –afirmaba que la “lectura de la prensa era la oración matinal del hombre moderno”– aprendió más sobre la autoconciencia del esclavo leyendo noticias sobre Louverture, Dessalines y Christophe que en todo el Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe. El silenciamiento implicaba, por tanto, al propio Hegel, quien jamás hizo explícito el peso del referente haitiano en su obra.

Poco después de Hegel, ese silenciamiento se lee en los próceres de la independencia hispanoamericana. Con frecuencia se recuerda que Simón Bolívar puso el Haití de Pétion y Boyer como ejemplo de republicanismo virtuoso, en la elaboración de las constituciones boliviana y peruana de 1826. Pero casi nunca se recuerda que en ese mismo año, durante la negociación de los protocolos del Congreso de Panamá, dio la razón a los colombianos y mexicanos sobre los inconvenientes de que el modelo de Haití se repitiese en Cuba y Puerto Rico.

El miedo a un segundo Haití en el Caribe no fue únicamente, como tanto se repite, un prejuicio de las élites coloniales o reformistas a lo largo de todo el siglo XIX. Aquel miedo, enquistado en el racismo hispanoamericano, fue también un sentimiento poderoso en las propias élites separatistas y republicanas de la región. De alguna manera, Haití sigue actuando como artilugio racista y colonial en la mentalidad de la izquierda latinoamericana.

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