El neoliberalismo y la acumulación de capital son dos de los imaginarios más dominantes de la época actual. Dan forma a nuestras preguntas, determinan nuestras prioridades y visualizan qué soluciones a nuestros problemas se consideran aceptables. Buscamos soluciones mecanicistas a nuestros problemas ecológicos porque nuestra visión de la naturaleza es la de un mecanismo utilitario, mientras que nuestros conceptos ecológicos están saturados en el lenguaje del dinero y la deuda.
Quien se atreva, tendrá siempre razón al argumentar que cualquier filosofía política que no asuma directamente la omnipresencia y la omnipotencia aparente del capital global es una filosofía ética pasada de moda. Pero no. Es una teología necrótica de un Dios muerto, una necropolítica de una naturaleza muerta, una sabiduría de una humanidad ya desterrada.
Esencial para una filosofía ético-política es el hilado de nuevos imaginarios e historias, incluidas nuevas formas de imaginar el mundo no humano. Esto quiere decir que en nuestro día a día debemos mostrar una gran concordancia en la forma en que aplicamos la imaginación para transfigurar nuestra relación con el mundo natural. Para todas nosotras, la naturaleza tiene un valor inmutable, pero también se convierte en el canal de transformación humana. Siguiendo la tradición de Platón, el mundo físico en sí mismo es un icono del arquetipo divino. Hasta ahora, el neoliberalismo ha planteado una visión en términos de una transfiguración del rostro de la naturaleza: una transformación no sólo de lo físico, sino de lo sensorial: para llegar a experimentar la naturaleza debemos extraernos físicamente de nuestros entornos.
Lejos de ser simplemente hacia arriba o hacia adentro, el neoliberalismo es también un movimiento hacia el exterior, hacia el reino de los sentidos. Esto no sólo tiene lugar en una región aislada de la experiencia sensorial, sino que involucra a todo el mundo, por lo que los objetos cotidianos y los seres humanos comunes adquieren una dimensión de menor valor y de menor significado.
Una nueva filosofía ético-política puede fomentar la resistencia al programa neoliberal de control sobre la naturaleza en aras del interés humano. Debemos, ante todo, reconocer que la naturaleza tiene valor en sí misma y por sí misma. La experimentación por el bien de la humanidad debe ser reemplazada por la contemplación de las cosas naturales por sí mismas. El método de cuantificación, el método por el cual denominamos ciertas cosas como “recursos”, debe ser reemplazado por la conciencia de que tenemos algo que aprender de la naturaleza. Así, la filosofía ético-política no puede evitar la ecología ya que siempre existe una dimensión ecológica en la visión del orden creado “a imagen y semejanza del ser humano”.
El futuro sustentable, entonces, radica en una filosofía ético-política que despierta la imaginación para volver a imaginar nuestras relaciones entre nosotras y con el mundo natural en general. La pérdida de imaginación nos lleva a quedar atrapadas y ser cómplices de lo familiar, porque nos deja incapaces de visualizar alguna alternativa.