Apuntes sobre la escritura

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

La pandemia acentuó el aislamiento y la soledad de muchísima gente, pero no de quien se dedica a escribir. Al contrario, “escribir es defender la soledad en que se está”, como dijera María Zambrano, y esa soledad se defiende porque sólo ahí se da el encuentro. ¿Con qué? Ya lo veremos.

Y la escritura es una resistencia contra el habla, contra el caos de la espontaneidad. El momento es siempre apremiante, y el habla que lo acompaña es una disgregación, generalmente útil, de palabras. No hay fijeza, sino trueque, una manera de funcionar para escapar del asedio de la circunstancia. Pero ese trueque de palabras es efímero y la circunstancia, de inmediato, nos vuelve a engullir. Contra esa derrota constante es que se escribe. “Se escribe para reconquistar la derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente”, dice nuevamente Zambrano, a quien sigo de cerca en esta reflexión. Lo que la escritura fija, el habla suelta. Del río revuelto del trueque, quien escribe pesca palabras y las salva de la corriente, las separa, las endurece. Y se descubre, al escribir y sólo al escribir, que las palabras están diciendo algo. Quien escribe cree que dice, cuando en verdad está siendo dicho y siendo interpelado. Ese algo que dicen las palabras es el secreto, lo que no se puede hablar (“el hablar sólo dice secretos en el éxtasis, fuera del tiempo, en la poesía”), el secreto que sólo se encuentra en la soledad. Se descubre el secreto y de inmediato se tiene sed de comunicarlo: en esa dinámica se construye el escritor, la escritora. Y no se trata de explicar el secreto, sólo de revelarlo para que los demás lo desentrañen.

Para que el secreto (esa cifra que tantas veces intuimos, esa latente contraseña) sea transmitido, quien escribe debe borrarse, no escuchar sus propias pasiones, desvanecer su vanidad: quien escribe debe ser fiel al secreto e infiel a su ego. En la soledad, pues, se da el encuentro con el secreto, y éste se muestra a quien escribe no como individuo, no como un nombre y un apellido sino como un instrumento en la dinámica de la comunicación, una herramienta que transcribe, que persigue el secreto, lo captura y lo retiene para ajustarlo a la verdad. A esta comunicación de lo oculto María Zambrano la llama “gloria”, una gloria que recae sobre la cabeza de quien escribe y se refleja en ella. “Pero la gloria es, en rigor, de todos; se manifiesta en la comunidad espiritual del escritor con su público y la traspasa”.

Dicha comunidad no se da en la lectura, contrario a lo que creeríamos, sino antes: se da en la escritura. Cuando el secreto se revela es cuando comienza la comunidad de quien escribe con su público, antes de que la obra haya sido leída. “Y sólo llegarán a tener público, en realidad, aquellas obras que ya lo tuvieren desde un principio”. Quien escribe, quien de veras lo hace, no busca un público pues siempre lo ha tenido: la comunidad nace cuando el secreto chisporrotea y es escrito. Ésa es la verdadera gloria, no la gloria de la fama, de las ventas o de los seguidores, sino la gloria de la escritura.

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