La lucidez no puede ser encarcelada

DISTOPÍA CRIOLLA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

El New York Times publicó la pasada semana una entrevista con el líder opositor ruso Alexei Navalny, donde habló sobre la política en Rusia, su estancia en prisión, así como la evaluación del futuro del país. Luego, el blog del activista publicó, íntegramente, las preguntas de los periodistas y las respuestas del entrevistado.

El valor analítico y testimonial de esta entrevista es extraordinario. La mezcla de determinación, realismo, sentido del humor y, pese a todo, esperanza con que el prisionero político estrella de Vladimir Putin analiza la situación en la nación euroasiática, las fuerzas del régimen y los desafíos de su sociedad civil son relevantes. El entrevistado toma clara postura ante temas escabrosos, como la posición de Occidente ante la situación interna rusa, el tipo y efecto de las sanciones deseables, el valor de participar en elecciones en la coyuntura actual, así como sobre las fuentes de resiliencia del putinismo.

Navalny comprende las responsabilidades y limitaciones de los gobiernos occidentales ante la situación en su país. Reconoce que “el trabajo de los presidentes consiste en gran parte en reuniones con otros presidentes. Incluso si son personas muy desagradables y mienten en cada palabra, como es el caso de Putin”. No responsabiliza al diálogo por el refuerzo de la criminalización de la actividad cívica, periodística y científica en la Rusia actual.

Al tiempo, el entrevistado pide evitar que las sanciones occidentales afecten a sus compatriotas, ya empobrecidos, dándole oxígeno a la retórica oficial. Para ello destaca: “No es necesario imponer sanciones a Rusia. Deberían imponerse sanciones, mucho más duras que ahora, a quienes saquean a Rusia, empobrecen a su pueblo y los privan de su futuro”. Señalando el opositor a los oligarcas, jefes de las corporaciones estatales y empresas privadas cercanos al Kremlin, cuyo bienestar implica un mayor desarrollo del autoritarismo.

Navalny rehuye el fatalismo al considerar que “el régimen de Putin es un accidente histórico, no una ley”. Por ello, sostiene “tarde o temprano, este error se corregirá y Rusia seguirá el camino democrático europeo del desarrollo”. Acude a la historia para recordar que no son novedad los giros de reacción autoritaria, seudopatriótica y militarista. A partir de ese diagnóstico, el activista dedica sentidas palabras a sus seguidores y liderazgos de base. Son ellos, dice, quienes determinarán la política de Rusia en las próximas décadas. Para lo que, señala, buscan nuevas formas de evolución y trabajo, que les harán más resilientes.

El líder opositor señala la corrupción como uno de los principales problemas en Rusia. Pues corroe el país, priva a la gente de perspectivas y obstaculiza cualquier reforma. Para enfrentarlo, propone que el nuevo sistema político descanse en la democracia parlamentaria; con elecciones justas, tribunales independientes y medios de comunicación libres.

El objetivo principal del nuevo gobierno debería ser aumentar los ingresos de la población. Los rusos, dice Navalny, son los ciudadanos pobres de un país rico. Para superarlo propone reducir el presupuesto militar-policial —que devora el 35% del presupuesto total de la Federación—, aumentando la desregulación de la economía y la inversión total en capital humano, educación y salud.

Pese a su situación personal y los problemas que enfrenta su patria, el entrevistado encuentra sentido para pensar allende las fronteras. Los nuevos desafíos globales, dice Navalny, deben llevar a Rusia a convertirse en uno de los líderes en la lucha contra el cambio climático, con una misión histórica de preservar los bosques y el agua dulce de Siberia, que son importantes para la supervivencia de todo el planeta.

Que un hombre declarado enemigo público por la poderosa autocracia rusa —y en consecuencia difamado, perseguido, envenenado y ahora encarcelado— mantenga tal ecuanimidad y amplitud de miras, es humanamente admirable. Pero, en los terrenos de la reflexión y la acción políticas, los ecos de sus ideas viajan, allende las fronteras de la Federación rusa. A todos esos rincones del orbe donde se juega hoy la disputa global entre autoritarismo y democracia.

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