Los niños de la frontera

RÍO BRAVO

Julio Vaqueiro *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Su grito todavía se escucha. “¡No se vayan, no se vayan!”. Es un grito desgarrador. Viene desde el estómago, la garganta ya no puede más. Un niño implora que no lo dejen solo en la noche, en la frontera, debajo del cruce entre Ciudad Juárez y El Paso. Únicamente se ve su silueta junto al río, un faro del puente fronterizo apenas lo alumbra con su luz amarilla.

Pero el clamor del niño lo cubre todo: “¡No se vayan!”, exclama ronco y desesperado. Si uno se fija bien, alcanza a ver que con un brazo se aferra a su oso de peluche, mientras suplica que no lo abandonen. Tiembla de miedo, inmóvil. Se ve que dos sombras se alejan: son la pareja que lo llevó hasta ese lugar. Y él, con todas sus fuerzas les grita que no lo dejen solo. No le hacen caso.

Vi este video por primera vez hace unas semanas, en Noticias Telemundo del fin de semana. Pero los tiempos de la televisión son injustos, así que fui a revisar el material original y ahí pude escucharlo completo. Imposible no pensar en mis hijos y el pánico que cualquier niño sentiría ahí.

Está también Wilton, nicaragüense, símbolo del drama migrante en los últimos meses. A él, los coyotes lo dejaron atrás mientras dormía. Despertó para descubrirse abandonado, con sus once años, en el desierto de Texas. O las cinco niñas que aparecieron solas también en el desierto. Tres son hondureñas y dos son guatemaltecas. Tienen siete, cinco, tres y dos años. La quinta tiene once meses. Y así, uno tras otro, todos los días.

Apenas esta semana, el reportero Víctor Castillo encontró a dos hermanas salvadoreñas de ocho y dos años en la frontera. Venían de pasar días de sed y de hambre. Lo que yo pueda decir aquí sobre su angustia y su llanto, es poco.

Éstos son los casos que vemos, pero ¿cuántos más igual de dolorosos habrá? Según datos de Aduanas y Protección Fronteriza en Estados Unidos, en julio cruzaron cerca de 19 mil menores “no acompañados” (es el término que se usa para referirse a niños migrantes que entran a Estados Unidos de forma irregular sin sus padres).

Con el gobierno de Trump, desde que comenzó la pandemia del coronavirus, Estados Unidos impidió la entrada de inmigrantes sin papeles. Antes los detenían y los procesaban. Ahora, sin preguntas, nadie entra: los detienen y los regresan en el acto. Con Joe Biden eso cambió un poco: el paso está cerrado para todos, excepto para menores migrantes que viajan sin sus papás. A ellos los llevan a albergues y revisan sus casos para definir su futuro. Por eso hemos visto que más padres mandan a sus hijos solos con la esperanza de que, al menos ellos, encuentren mejor futuro en Estados Unidos.

Ésta es la emergencia en la frontera. Niños que cruzan solos. El problema existe desde hace años, pero por ahora atraviesa uno de sus peores momentos. Nunca antes tantos menores no acompañados habían entrado a Estados Unidos de forma irregular. Es una crisis que Biden no ha resuelto. Es oro molido para los republicanos. Es un arma política. Pero es, sobre todo, una desgracia humanitaria. Y ahí está, como una súplica, el grito de un niño abandonado en medio de la noche que implora, por favor, que no lo dejen solo.

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