Se habla de una renovada “amenaza comunista” en América Latina, como si el comunismo no formara parte de la historia política regional y como si su presencia actual fuese sólida. Los partidos comunistas latinoamericanos vivieron un ascenso importante, entre 1920 y 1960, aunque acotado, en países como Brasil, Argentina, Perú o México, por la hegemonía de izquierdas no comunistas, como los populismos varguista, peronista o aprista y el nacionalismo revolucionario cardenista.
Con la Guerra Fría los partidos comunistas se vieron rebasados por una Nueva Izquierda marxista, mayoritariamente favorable a diversas modalidades guerrilleras. Si antes de la Revolución Cubana, los comunistas latinoamericanos se habían integrado a las democracias de la región, entre los años 60 y 70 llegaron a favorecer, en algunos casos, la lucha armada contra dictaduras militares. Pero como pudo constarse en Brasil, Chile, Perú o Bolivia, los comunistas también desarrollaron políticas de alianza con otras fuerzas progresistas, desde posiciones más moderadas que las de las organizaciones insurreccionales.
Los partidos comunistas se sumaron, en bloque, a las transiciones democráticas de los años 80. Luego de la caída del Muro de Berlín y la desintegración del campo socialista, gran parte del comunismo latinoamericano se refundió en las nuevas organizaciones de la izquierda democrática. Algunos partidos comunistas que sobrevivieron en estas décadas, y que hoy experimentan un notable relanzamiento, son parte de democracias consolidadas, como la chilena y la uruguaya.
La ola progresista de la primera década del siglo XXI no estuvo protagonizada por la izquierda comunista. Ni los gobiernos, ni los líderes, ni las constituciones, ni los regímenes políticos creados por el chavismo en Venezuela, el MAS en Bolivia, la Revolución Ciudadana en Ecuador o la vuelta del sandinismo en Nicaragua fueron comunistas o totalitarios. Tampoco lo fueron los gobiernos de las izquierdas no bolivarianas, como los de Lula y Dilma en Brasil, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Tabaré y Mujica en Uruguay o Lagos y Bachelet en Chile.
Los más recientes triunfos de la izquierda en México, Argentina o Perú no son acreditables a los pocos comunistas que quedan en estos países, aunque esa minoría respalde a los actuales gobiernos. La nueva izquierda latinoamericana no es comunista: más bien, reformula y actualiza la otra gran tradición de la izquierda regional, la populista. Dentro de los nuevos populismos, hay claras derivas autoritarias en Venezuela y Nicaragua, pero por más despóticos que puedan ser gobernantes como Nicolás Maduro o Daniel Ortega, el sistema político de esos dos países no puede asimilarse al cubano, que sí nace del modelo totalitario de los socialismos reales.
Entonces, ¿de qué se habla cuando se alude a una amenaza o un “secuestro” comunista en la región? A falta de argumentos precisos, caben dos especulaciones. O se habla de comunismo y totalitarismo para englobar a todo el espectro de la izquierda latinoamericana y caribeña, como era común en el más recalcitrante anticomunismo de la Guerra Fría, para el que Cárdenas, Arbenz o Goulart eran agentes soviéticos. O se quiere denunciar como “comunista” la tolerancia o complicidad de las izquierdas gobernantes con los regímenes de Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Dado que no tiene sentido discutir el desvarío de identificar toda la izquierda con el comunismo, mejor concentrarnos en la segunda hipótesis. Claro que es lamentable que gobiernos democráticos de la izquierda latinoamericana no hayan encontrado la forma flexible y respetuosa de deslindarse del autoritarismo en Venezuela, Nicaragua y Cuba. Pero esa limitación, que se origina en un legítimo rechazo a la política de Estados Unidos hacia esos países, no se revertirá con acusaciones públicas de complicidad con el totalitarismo.