Sin autocrítica, el boomerang

QUEBRADERO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Con un ambiente tan crispado resulta difícil distinguir los terrenos de la crítica. Andamos entre noticias falsas, confrontaciones políticas y un ambiente muy desigual que no permite claridad sobre el estado de las cosas. Al no existir condiciones para el debate la mayoría de las ocasiones las cosas se remiten a un maniqueísmo de uno y otro lado.

Nuestras diferencias son saludables y positivas en todo sentido. El problema está en que no tenemos buenos debates y discusiones que nos permitan asumir que las diferencias son parte de la política y hasta de la vida misma. Las utilizamos para desacreditar y atacar, muchas de las veces sin fundamentos, a los “adversarios” o al gobierno; en eso andamos y todo indica que seguiremos.

El eje es el Presidente. El hecho de que tenga el pleno control de la agenda-país le permite dirigir el tránsito y dar y quitar. Esta circunstancia ha llevado a que sea materialmente imposible tener una evaluación y diagnóstico de lo que pasa en el país y, sobre todo, de tener claridad respecto a lo que está siendo la gestión del gobierno.

Las respuestas a las críticas a menudo acaban transformándose en contraataques a quienes las plantean, sin quedar en claro si hay razón de fondo en los argumentos que se presentan.

El gobierno no puede partir de que todo lo hace bien. Sigue siendo un factor de consecuencias la falta de autocrítica y no escuchar a los otros, el gobierno ya está metido en el delicado terreno de gobernar bajo la premisa de que todo empieza y termina en Palacio Nacional.

La fórmula de que el Presidente es quien determina si las cosas van bien o van mal, tarde que temprano puede resultar no solamente contraproducente, sino de riesgo para el país; delicadamente se están repitiendo vicios de pasadas administraciones que tanto criticó López Obrador.

Están repitiéndose los tiempos en que el Presidente se convertía en una especie de todólogo lo que lo ubicaba como principio y fin de la gobernabilidad del país. Estamos bajo líneas similares en que los funcionarios del mandatario se convierten más que en integrantes del equipo en hombres y mujeres que no se atreven a contradecir o expresar cosas diferentes de las que les plantean.

El tema merece particular atención con este gobierno, porque no se trata sólo de las esperanzas que construyó entre los electores, sino la importancia que fue adquiriendo el proyecto en donde se destacaba la relevancia que tendría para la gobernabilidad la intercomunicación con los actores políticos, sin importar las diferencias que se pudieran tener.

El problema que va enfrentando el gobierno es que la evaluación que va haciendo de lo que hace no tiene un rebote que le permita escuchar voces que no sean las propias, teniendo muchas veces de fondo un ambiente en donde predomina una suerte de espíritu de “a sus órdenes, jefe”.

Hay muchas cosas que en la presente administración se están haciendo muy bien, a pesar de lo que digan los detractores de López Obrador. La cuestión está en que a menudo es el propio gobierno el que se enreda, debido a que no alcanza a informar a plenitud sobre lo que está haciendo, porque todo lo enmarca en un proceso de politización que a menudo se le va revirtiendo.

Habrá que ver qué puede significar el hecho de que el Presidente haya llamado a dos cuasi exgobernadores a su equipo. Si es un indicador de apertura podríamos pasar por tres años en donde las puertas se abran.

Por ahora algo está claro, la falta de autocrítica puede en esos tres años convertirse en un boomerang.

RESQUICIOS.

La SFP nos precisa: “El Órgano Interno de Control (OIC) no ha emitido un acuerdo de archivo por falta de elementos sobre los servidores públicos involucrados en los hechos del 28 de agosto… de acuerdo con información del OIC en el INM, efectivamente los servidores públicos… ya fueron separados de toda actividad operativa y trato con los extranjeros”.

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