Septiembre 11, aniversario amargo

POLITICAL TRIAGE

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Este sábado se conmemoró el 20 aniversario de los atentados del 11 de septiembre. Los que lo vivimos recordamos el estupor y el miedo que paralizó al mundo con escenas apocalípticas que llenaron las pantallas. Las Torres Gemelas en llamas, la gente precipitándose al vacío, el derrumbe, el polvo, el llanto y los muertos. Un día cambió la cara del mundo y derrumbó el mito de la seguridad dentro de Estados Unidos. El World Trade Center de la Gran Manzana había caído.

En redes se compartió la icónica imagen del presidente Bush sentado ante alumnos de primaria con un gesto de incomprensión. Tardó muchos segundos en encajar el golpe; “América está bajo ataque”, le susurraron al oído y el hombre no supo cómo reaccionar. No lo culpo, lo que pasó era impensable. Nuestros ojos fueron secuestrados, como esos aviones, y no podíamos romper el hechizo. Supimos, algunos por primera vez, lo que era el yihadismo, conocimos a Al Qaeda y a Bin Laden, y supimos que nuestro sueño democrático occidental no era bienvenido ni bien visto en muchos lugares del orbe. Se rompió un sueño, un mito y toda una realidad.

A dos décadas de distancia y luego de una guerra que intentó castigar e imponer la democracia, nos encontramos con que no hemos entendido el fenómeno del yihadismo. No hemos desactivado los factores que radicalizan a los jóvenes, incluso nacidos y criados en territorio occidental, y los llevan a unirse a estos grupos terroristas. No hemos encontrado la llave para una convivencia pacífica y una verdadera integración en un mundo cambiante que se define más por la pluralidad que por la homogeneidad de sus sociedades.

Al contrario, estos veinte años han visto nacer y fortalecerse movimientos nacionalistas que buscan regresar al pasado y rescatar “lo originario”. Ese fantasma de “lo verdaderamente” americano, francés, alemán, afgano o lo que se les ocurra es un peligro. La migración económica y por necesidad humanitaria es la marca distintiva de nuestra generación. Tenemos que aceptar que el perfil de las naciones ha cambiado y aprender a vivir con ello. Vivir juntos, buscar puentes y rechazar la radicalización y el odio.

Es difícil renunciar a “lo nuestro”, pero tenemos que resistir la tentación de la imposición que lleva a la discriminación, la incomprensión y la violencia. Nadie debe ser obligado a renunciar a su identidad, tenemos que encontrar caminos para poder realizarla en un mundo diferente al que vivieron nuestros abuelos.

Vivimos tiempos de un cambio acelerado que no ayuda a la reflexión. Probablemente estemos ante el fin de los Estado-Nación homogéneos e identificables. Tendremos que ser creativos para aceptar el cambio y no alimentar escenarios que sólo llevan a la violencia.

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