Septiembre

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Septiembre es el mes más cruel, sacudiendo la tierra periódicamente, poniendo a prueba nuestros nervios como si sacarnos lívidos de nuestras casas también fuera una tradición patriótica.

Y luego está la patria, reconcentrada toda en estos días obsesivamente tricolores, casi enlatada para el consumo masivo de una serie de abstracciones y azares que la prestidigitación, la propaganda y uno que otro sentimiento genuino nos lleva a gritar vivas al unísono, o a callar, como uno, con muchísima prudencia, no por temor a la traición sino a los decibeles, a los machos golpes de pecho y a las muchísimas fronteras que nos caracterizan y separan.

Mes que oscila bajo nuestros pies, y que a veces trepida, en el que nada es simulacro porque ya vamos con todo el sistema nervioso expuesto ascendiendo las escaleras hasta alcanzar la más ridícula pero hermosa de las salvaciones: la azotea, un buen lugar para morir viendo la panorámica de nuestra linda, primorosa ciudad sin esqueleto. ¿Qué hacemos acá arriba?, nos preguntamos en calcetines sin necesidad de respondernos porque ya la Ciudad de México nos está robando el aliento y las palabras. Y además venir a nacer precisamente un 16 de septiembre… ¡A quién se le ocurre! Uno que sólo quería cantar la exquisita partitura del íntimo decoro viene y nace en pleno desfile militar, con los trombones de la banda machacando un Himno Nacional que, más que bélico, resulta en tantas partes ilegible, aceptémoslo. Uno quisiera decir, sencillamente, que nació a muy temprana edad y así evitar un destino de niño héroe en el que se espera que te envuelvas en la bandera y salgas volando. Ay, septiembre, noveno mes, septeto de trompetas, con quince días verdes y quince días rojos, hemos rodado de acá para allá, hemos sido de todo y sin medida en tus días agitados, y no nos has fallado con un súbito, cardiaco reacomodo tectónico como para recordarnos que todo lo sólido se desvanece en el aire, que, como dijo el poeta, sólo lo fugitivo permanece y dura. Otro poeta, en los inicios de la Segunda Guerra, escribió que el olor a muerte ofendía a la noche de septiembre, pero en ese mismo poema también escribió: “debemos amarnos los unos a los otros o morir”. Tenía razón. Y si me pongo dramático e intenso estoy seguro de que es culpa de septiembre, mi mes cruel y espléndido como el verano, como una leona taciturna y solar, como una sola ola del tamaño del mar. Hay que escribir mucho en septiembre para no ahogarnos en la sobreabundancia de las buenas y las malas ideas, de los buenos y los malos impulsos, hay que sacar, establecer un ritmo de catarsis, darnos y no quedarnos con nada guardado entre los pliegues de la precaución. Y, ya que no quisimos gritar, bailemos, porque septiembre es un mes para bailar y él mismo baila, baila en las calles, se corona de pámpanos copiosos, saca del arca sus banderas desgreñadas y baila con entusiasmo estival, y entusiasmo, esa palabra, viene de en/theos: llevar un dios adentro. Septiembre lleva un dios adentro que a veces es colérico y a veces generoso como la lluvia, un dios que lo gobierna y nos contagia su fervor. Hay que escucharlo, hay que poner mucha atención a las lecciones de septiembre.

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