La información está en todos lados: en un soplo de viento, en un acomodo genético, en el asiento y fila que escoges sentarte en el cine, en un olor de atardecer nublado, en la pupila de quien te admira, en el celular que te encadena, en el sabor de un alimento que ya pasó su día. La pregunta sería, ¿en dónde no hay información?
Según la teoría de la relatividad general de Albert Einstein, los agujeros negros son sorprendentemente simples. Si conoces la masa, la carga y el giro de un agujero negro sabrás todo lo que hay que saber al respecto. De hecho, los agujeros negros son algunos de los personajes más simples y directos del universo.
Pero esa aparente sencillez da lugar a una inquietante paradoja. En la década de 1970, el famoso astrofísico Stephen Hawking se dio cuenta de que los agujeros negros no son completamente negros. Emiten radiación a través de un sutil proceso de mecánica cuántica que opera en sus horizontes, o sea, en los límites de los agujeros negros. Una vez allí, cualquier tipo de información —sea un electrón, un planeta, un asteroide o un rayo de luz— no puede escapar.
En términos galácticos, primero contienes y emites información y luego existes. Considera a un virus, que ya están pasando de moda. Es un fragmento de información que hackea y utiliza a otros sistemas de información más complejos para reproducirse.
La naturaleza de la Historia de la Vida es canalizar y compartir información para recrearse.
En 1985, Laura Mulvey acuñó el concepto de “mirada masculina” en su ensayo “Placer visual y cine narrativo”. Aunque la teoría se creó específicamente para la crítica cinematográfica, se puede aplicar en todos los trabajos que representa a las mujeres como objetos sexuales para que los hombres reciban placer, ya sean personajes, creadores o espectadores. En su ensayo, el problema central de Mulvey con el cine es que esta “belleza femenina formal”, o la aparente belleza de aquello que mantiene el control patriarcal sobre la imagen femenina, despierta placer en el espectador. Las mujeres de la pantalla se convierten así en entidades sexuales sujetas a una mirada curiosa y controladora. Según Mulvey, la mirada masculina caracteriza esencialmente al cine como un instrumento del espectador masculino, produciendo imágenes de mujeres que reflejan fantasías sexuales masculinas.
La masculinidad es un punto de vista, es un punto del cual recibimos información. La imagen de la mujer en la pantalla y la “masculinización” de la posición del espectador son evidentes en todos lados, independientemente del sexo real de cualquier persona. Quienes se identifican con el protagonista masculino activo, conformando la realidad perceptiva de la película, participan en la objetización de la mujer pasiva, inerte, sin identidad.
La naturaleza de la Historia del Hombre es canalizar y compartir información para recrearse a sí mismo.
Y la pregunta sería… ¿en dónde no hay información?