Una semana en la frontera

RÍO BRAVO

Julio Vaqueiro&nbsp;<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Julio Vaqueiro *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Van y vienen como en peregrinación. Un viacrucis por alimento. La marcha del hambre. El padre haitiano que cruza el río en busca de comida para su familia. La madre con un bebé en brazos. Otra mujer embarazada.

Son miles de ellos. Atraviesan el río con el agua hasta las rodillas, primero porque así alcanzan su sueño: pisar Estados Unidos; después regresan porque ahí no tienen para comer ni beber, en México consiguen agua y algo más; luego vuelven con las pocas provisiones que encontaron al campamento improvisado que levantaron debajo del puente fronterizo. Y así todos los días, aunque a veces el nivel del agua sube y les llega al pecho.

Unas 15,000 personas se agolpan entre Ciudad Acuña, Coahuila, y la ciudad texana de Del Río. Duermen en casas de campaña, bajo techos de rama, o a la intemperie. En el día cruzan a México y en la noche, ya en Texas, esperan. No creo que puedan dormir. Casi todos son haitianos que buscan refugio en Estados Unidos. Salieron de su isla expulsados por la inestabilidad política y económica. Haití es el país más pobre del continente. En 2010 un terremoto devastador obligó a miles a iniciar el éxodo hacia Sudamérica. Este año, el magnicidio del presidente Jovenel Moise y otro sismo en agosto, empeoraron la crisis. Por todo eso estas personas están aquí.

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La paciencia se acaba. Al borde del río, en Estados Unidos, agentes de la Patrulla Fronteriza montados a caballo impiden el paso a los migrantes que vienen de México. Usan sus caballos como armas y las riendas como látigos para que los haitianos no salgan del agua y no puedan regresar. Ahí está la prensa internacional para correr la voz, el fotógrafo con su cámara que congela el momento; el reportero con la palabra que captura ese instante: ¡a latigazos no!

La imagen da la vuelta al mundo. Un hombre blanco, con barba, sombrero y rabia en la expresión, sujeta desde su caballo a un hombre negro y delgado que intenta esquivarlo aterrado. La Casa Blanca reacciona horrorizada. ¿Cómo algo así puede suceder frente a Biden, que prometió todo lo contrario?

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Pero incluso aquí la vida se abre paso. El otro día nació una bebé debajo del puente. Los paramédicos llegaron para ayudar a la madre y un testigo grabó el video con su teléfono. Algunos medios reportan que es el cuarto bebé que nace en este campamento. Su madre no sabe qué pasará con su estatus migratorio: hijo de padres haitianos, nacido sobre la tierra, en suelo estadounidense.

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Desde arriba, con la perspectiva de un pájaro, se ve con claridad el nuevo muro en la frontera. Una valla de acero, hecha con decenas de vehículos estacionados. Son patrullas de agencias del orden locales. Conforme avanzamos el vuelo, aparecen más y más en una fila interminable. Ahí están formadas una detrás de la otra a lo largo del río Bravo en una demostración de fuerza (¿o de caos?). La hilera de vehículos se extiende hasta llegar a lo que, desde arriba, parece un campamento de refugiados de una guerra en el Tercer Mundo.

Pero ya, casi al terminar la semana, la mayoría han sido deportados a Haití, el país del que escaparon en primer lugar. Otros huyeron a México, para evitar que los regresen a la pesadilla de sus orígenes. Y algunos más han conseguido que los acepten en Estados Unidos para comenzar sus procesos de asilo. El campamento poco a poco se vacía. Pero la crisis, como la energía, no se destruye: sólo se transforma. Haití sigue ahí tembloroso, desnutrido y abandonado. Y sus expulsados también, en una lucha desesperada por lograr un solo respiro más.

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Gabriel Morales Sod