¿La destrucción de la ciencia en México?

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Antier viví la guerra civil entre académicos. Muchos en Twitter me dijeron “arrastrado” por defender a una becaria en filosofía de la historia que, además, es la hija de Claudia Sheinbaum. Estaban muy enojados por tres motivos: (1) Supuestamente Conacyt no debió becar a una estudiante de humanidades (falso, a mí y otros nos becó antes); (2) menos siendo hija de una mujer poderosa (pero la becaron en 2016, antes de que la mamá llegara a Jefa de Gobierno) y (3) supuestamente no debió gastarse tanto dinero en un tipo de educación “inútil” (los compadezco, su vida debe ser horrible si desprecian arte, historia o filosofía).

Ese ambiente de agresividad contra los estudiantes de posgrado contrasta con mi juventud, cuando soñábamos con ganarnos una beca y vivir algunos años de estudio pleno. Esa aspiración llevó a muchos a destinar sus ahorros a estudiar idiomas y comprar libros, a emprender prácticas voluntarias y clubes de estudio, para tener los méritos de ser becados. No todos lo logramos, algunos tuvieron hijos muy pronto o simplemente no hubo suerte. Pero, en ambos, la aspiración de estudiar un posgrado orientó nuestras jornadas y marcó nuestras vidas. Nos hizo mejores.

Hoy, ese horizonte que nos hacía estudiar y prepararnos se está borrando. Un Presidente que desconfía explícitamente, o de plano desprecia, a quienes estudiaron doctorados en el extranjero es sólo uno de los factores. Otro es que tengamos más ayudas sociales, pero menos estímulos a la carrera académica. El gobierno no ve mal a jóvenes gastando en cervezas, pero sí compitiendo por una beca. Es decir, el modelo de programas sociales no condicionados ha sustituido a otros condicionados, que eran incentivos para el estudio y el esfuerzo.

Un tercer factor es el estilo de la directora general del Conacyt. Me consta que Elena Álvarez-Buylla viene de una lucha titánica contra Monsanto y otras agroindustrias. Pero lo que fue una batalla justificada contra los monocultivos transgénicos, verdugos de la biodiversidad, en el poder es autoritarismo. Peor aún, hay derivas anticientíficas. Primero la discriminación a los biotecnólogos. Luego la persecución al FCCyT. La organización que ella fundó, la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, recientemente ha abrazado un discurso contra las vacunas llamadas “transgénicas” (Sputnik, Cansino, J&J, etc.). ¿Qué joven querrá estudiar tantos años y que lo acusen de patrañas?

Algunos colegas en humanidades me dirán: “Traidor ¿por qué defiendes a la ciencia tú que estás en filosofía?”. Valiente profesor de filosofía sería si actuara como mero defensor corporativo de mi disciplina. Defender a las humanidades no significa exigir los mismos recursos que necesitan quienes elaboran vacunas o semillas resistentes al cambio climático. La defensa de la filosofía consiste en atreverse a pensar. En buscar la verdad, incluso si es incómoda. Es hacer lo correcto, a pesar de que no sea popular. Y, sí, se vale ganar una beca.

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