La democracia desfigurada

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

El periodista Jesús Silva-Herzog Márquez, en una foto de archivo<br>​*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>.<br>
El periodista Jesús Silva-Herzog Márquez, en una foto de archivo​*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.. Foto: Especial

El más reciente libro de Jesús Silva-Herzog Márquez, La casa de la contradicción (2021), que publica Taurus, deberá colocarse en el estante de los últimos esfuerzos por comprender el desencanto político en México. Lo mismo que Balance temprano (2020) de Ricardo Becerra y José Woldenberg o Regreso a la jaula (2021) de Roger Bartra, éste es un texto que desde el pensamiento político más informado intenta auscultar la salud de la democracia mexicana a la mitad del sexenio de Andrés Manuel López Obrador.

Ninguno de los otros dos libros es paternalista o protector con el régimen de la transición, pero éste es especialmente crítico. Dotado de lecturas de la mejor tradición de la filosofía política moderna (Maquiavelo, Tocqueville, Stuart Mill, Weber, Berlin, Lefort, Bobbio…), Silva-Herzog Márquez no entiende la democracia como una panacea o un fármaco universal sino como un estanque revuelto o una “casa de la contradicción”, que apenas garantiza la vida en pluralidad.

Así como no hay idealización alguna de la democracia, tampoco hay una pastoral de la transición mexicana, cuyo arranque fecha en 1997, cuando el cambio en las reglas del juego produjo el primer gobierno dividido. 1997 y no 2000, el congreso de mayoría opositora y no la alternancia en el poder ejecutivo, es, según este libro, el punto de partida de la transición. La democracia mexicana es pensada como una parte imperfecta de la historia reciente y no como sinónimo del llamado “periodo neoliberal”, que comenzó antes.

Este libro es también un homenaje al campo intelectual de la transición, tan vapuleado en la retórica presidencial. Aquí se rescatan las críticas de Octavio Paz, Gabriel Zaid, Carlos Monsiváis, Enrique Krauze, Roger Bartra, José Woldenberg, Soledad Loaeza y tantas otras y otros a los gobiernos del pasado reciente. Críticas que hoy son escamoteadas o leídas por el poder como muestras de complicidad

Los gobiernos de la transición, el de Fox, el de Calderón y el de Peña Nieto, según Silva-Herzog Márquez, “desfiguraron” esa democracia. Respetaron sus leyes y sus instituciones, pero no la hicieron acompañar de las reformas económicas y sociales que debían servirle de soporte y cauce. Cedieron la racionalidad del poder a la tecnocracia y abrieron las puertas a la corrupción. La guerra contra el narco, Ayotzinapa, la frivolidad, el falso ímpetu reformista del “pacto por México”, más que errores fueron síntomas de un despilfarro del capital político de la transición.

El triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador y Morena, en 2018, puso en evidencia aquella desfiguración de la democracia. El nuevo proyecto de poder no proponía corregir el rumbo sino demoler todo un régimen anterior que, más que a la transición misma, asociaba al neoliberalismo de los años 80 en adelante. La democracia no era más que una faceta del neoliberalismo y un daño colateral en la lucha contra las élites conservadoras y neoporfiristas.

Pero el nuevo proyecto político llegaba al poder gracias a la democracia misma. Demoler esa democracia desfigurada o “sin esqueleto” podía poner en riesgo al propio gobierno. En ese dilema, según Silva-Herzog Márquez, se instala la presidencia de López Obrador. Y algunas de sus ambivalencias —alcanzar la hegemonía sin un verdadero partido o aspirar al aplauso permanente sin cejar en la polarización— encuentran sentido en el impulso de demolición de su propio basamento jurídico.

Además de punzantemente oportuno, éste es un libro reposado y bellamente escrito. Junto a los tantos filósofos que desfilan por sus glosas, aparecen poetas y poemas constantemente invocados. Leemos versos de William Butler Yeats, de T. S. Eliot, de Anna Ajmátova, de Carlos Pellicer, de Jorge Luis Borges, de David Huerta y de Sara Uribe como señales de tránsito dentro de la prosa. Política y poética se dan la mano en un ensayo, que no por gusto abre con un exergo de Montaigne

Además de punzantemente oportuno, éste es un libro reposado y bellamente escrito. Junto a los tantos filósofos que desfilan por sus glosas, aparecen poetas y poemas constantemente invocados. Leemos versos de William Butler Yeats, de T. S. Eliot, de Anna Ajmátova, de Carlos Pellicer, de Jorge Luis Borges, de David Huerta y de Sara Uribe como señales de tránsito dentro de la prosa. Política y poética se dan la mano en un ensayo, que no por gusto abre con un exergo de Montaigne.

Este libro es también un homenaje al campo intelectual de la transición, tan vapuleado en la retórica presidencial. Aquí se rescatan las críticas de Octavio Paz, Gabriel Zaid, Carlos Monsiváis, Enrique Krauze, Roger Bartra, José Woldenberg, Soledad Loaeza y tantas otras y otros a los gobiernos del pasado reciente. Críticas que hoy son escamoteadas o leídas por el poder como muestras de complicidad.

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