Maurice Halbwachs, sociólogo francés que falleciera en el campo de concentración de Buchenwald en 1945, parece haber sido el creador de una expresión que cada vez adquiere mayor atención de gobiernos, instituciones y comunidades en el mundo. Me refiero a la noción de “memoria histórica”, que se usa lo mismo para aludir a los intentos de contener los ecos simbólicos del franquismo en España, para respaldar el antirracismo de Black Lives Matter en Estados Unidos o para impulsar un ciclo de conmemoraciones oficiales en México.
Halbwachs, discípulo de Émile Durkheim, hablaba de “marcos” o “cuadros sociales de la memoria” con el fin de trasmitir que los recuerdos colectivos son practicados y escritos por sujetos disímiles. No sólo los historiadores narran el pasado y el saber histórico no se plasma, únicamente, en libros académicos o de texto. La toponimia, la estatuaria, los monumentos y otras intervenciones en el espacio público también son memoria histórica.
Historiadores franceses como Pierre Nora y Paul Ricoeur han hablado de lugares de la memoria y políticas del olvido. Ambos han advertido sobre las diferencias y conflictos que pueden suscitarse entre las diversas formas de ejercer la memoria histórica. Una cosa es la práctica espontánea y horizontal de la memoria, desde abajo, por parte de comunidades agraviadas por el racismo y la exclusión. Y otra es la instrumentación vertical de la memoria histórica, desde arriba, que otorga rango de verdad de Estado a un relato específico del pasado nacional.
En países que sufrieron diversos regímenes autoritarios o segregacionistas, como las dictaduras de la Guerra Fría en América Latina, los socialismos reales en Europa del Este o el apartheid en Sudáfrica, la memoria histórica ha servido para impulsar procesos de reconciliación nacional, esclarecimiento de crímenes del pasado y protocolos de memoria, justicia y verdad.
En México, la apropiación más notable de la memoria histórica no ha sido en términos de comisiones de justicia y verdad, que esclarezcan los crímenes de Estado del régimen autoritario priista y presidencialista, como los de Tlatelolco, el Jueves de Corpus o la Guerra Sucia. Varios intentos en ese sentido, en los últimos años, han fracasado. Sin embargo, se ha naturalizado el uso de la expresión de memoria histórica para impulsar el largo ciclo de conmemoraciones oficiales de 2021.
Las conmemoraciones por los 700 años de la “fundación” de Tenochtitlan, los 500 de la “invasión colonial española” y los 200 de la “independencia y grandeza de México” se han llevado a cabo como parte de un proyecto de memoria histórica del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y de su partido Morena, que detenta el poder en este sexenio. De manera que el concepto de memoria histórica adquiere, en este caso, una connotación muy parecida a la de la vieja historia oficial del liberalismo decimonónico y el nacionalismo revolucionario del siglo XX.