AMLO y la disyuntiva del PRI

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales&nbsp;<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Carlos Urdiales *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Proclive a opciones binarias, el Presidente López Obrador colocó al PRI frente a una disyuntiva imposible de resolver para los tricolores desde hace 40 años: decantarse por el nacionalismo revolucionario –estatista y conservador– o por el neoliberalismo salinista –tecnócrata y liberal– y encarnar al villano favorito de la Cuarta Transformación.

El presidente López Portillo, a finales de los años 80, enfrentó al monolítico partidazo a la encrucijada que definió al país las siguientes décadas. En lo más profundo de una crisis económica y financiera, provocada por entregarnos a una imaginaria bonanza petrolera sinfín. JLP eligió sucesor como nunca más nadie pudo hacerlo –ya veremos si López Obrador lo consigue–, a su gusto.

En sus memorias afirmó que su ponderación (fiel de la balanza, decía él) fue: si México enfrentaba una crisis política, su dedo apuntaría a Javier García Paniagua; si la hecatombe fuese económica, lo era, entonces la opción tecnocrática encarnada era Miguel de la Madrid Hurtado. Así fue.

Y vino más. Carlos Salinas de Gortari imaginó la arquitectura institucional, transexenal y cultural que México necesitaba para dejar el nacionalismo revolucionario ineficiente y corrupto, y embarcar al país hacia el primer mundo –aspiracionista, consumista, global–.

Distorsiones sobre la marcha, sobraron. La administración pública fue más efectiva, pero la corrupción se hizo profunda, se enraizó. Su candidato in pectore, Luis Donaldo Colosio, construido con sus manos para ser el estadista híbrido perfecto entre nacionalismo y neoliberalismo, fue asesinado. Su repuesto fue el más tecnócrata de la cuadra presidencial. Punto de no retorno para el PRI.

Frío, efectivo, Ernesto Zedillo evitó el naufragio del que huíamos desde la época de Miguel de la Madrid –recordar su toma de posesión y el vehemente “no dejaré que el país se me deshaga entre las manos”–. Estabilizar la nave le costó al PRI la presidencia y a México décadas de deuda multimillonaria a través del Fobaproa.

La alternancia de nada sirvió. El PAN, Vicente Fox, dilapidó legitimidad, capital social, bono democrático. Inercial pasó y dejó pasar. Felipe Calderón afrontó lo que nadie más ha hecho; el crimen organizado es un negocio, no un pasatiempo perverso producto de falta de oportunidades y principios éticos.

Durante el panismo en el poder, el PRI mantuvo sin resolver su disyuntiva lopezportillista. ¿Nacionalismo revolucionario o neoliberalismo tecnocrático? Los candados estatutarios condicionaron para que nunca más uno de los suyos, sin roce electoral, sin la legitimidad política que las urnas dan, fuese candidato.

Roberto Madrazo puso la llave y, fue hasta el PRI entregado a Enrique Peña Nieto, que se quebró el candado para que José Antonio Meade intentara lo imposible. Neoliberal a ultranza, la última definición dentro del PRI fracasó.

Muchos corazones tricolores saben que la actualización de sus fundamentales, hoy, sólo los representa Andrés Manuel López Obrador. AMLO llama al PRI estructural a definirse, ¡vaya solicitud! Sin embargo, de ella depende el futuro tricolor. O se anexa a Morena, o busca con PAN y PRD, lo imposible.

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