Las malditas redes de Zuckerberg

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La semana pasada Facebook y sus aplicaciones quedaron fuera de servicio por más de 6 horas, lo que dejó incomunicados a millones de usuarios alrededor del mundo y representó una pérdida de casi 7 mil millones de dólares y, sin embargo, ése no fue el peor momento de la semana para la compañía de Mark Zuckerberg.

Después de que Wall Street Journal recibió una filtración con decenas de miles de documentos internos de Facebook que evidenciaban cómo la compañía tomó una serie de decisiones deliberadas y con conocimiento de causa para priorizar sus ganancias a costa del bien público, comenzó a crecer una ola de indignación debido a los artículos en que se evidenció que incluso la radicalización política de sus usuarios ha sido consecuencia de medidas intencionales de directivos o manipulación de usuarios menores de edad para maximizar los ingresos de la compañía. Quien filtró los documentos fue Frances Haugen, una analista de datos que trabajó en Facebook y vio de primera mano las conductas y decisiones que denunció y que, mediante una entrevista en el programa 60 Minutes de CBS, dio un paso al frente y se ofreció para testificar frente al comité de comercio del Senado.

La comparecencia de Haugen sucedió un día después de la falla de Facebook. Fue, además de extremadamente clara y elocuente, perturbadora, pues quedó claro que los directivos de Facebook tienen perfectamente estudiado y analizado el efecto de sus algoritmos en los usuarios, pues para cada declaración sobre la polarización, la manipulación del contenido que se le presenta a las personas o los riesgos para niños y jóvenes que usan las redes sociales existían investigaciones y estudios realizados por la propia compañía que lo demostraban. Igualmente, se planteaban posibles rutas de acción para disminuir o controlar estos efectos perniciosos, pero, debido a que podría afectar los ingresos de la empresa, la línea de acción sistemática ha sido priorizar a la compañía por sobre todo lo demás (es conocido que Zuckerberg solía repetir la frase “la compañía va por sobre los países”).

Los senadores estadounidenses escucharon y reaccionaron con preocupación ante las explicaciones de Haugen, pues era evidente que estaban comprendiendo con claridad la operación de los algoritmos de Facebook y la intencionalidad de su diseño. La difusión de noticias falsas, la polarización de sociedades o la radicalización de los usuarios de las “benditas” redes sociales no son una consecuencia gratuita del uso de las aplicaciones, sino que está en el interés y es alimentado por la propia compañía para maximizar sus ingresos. La necesidad de que desde el gobierno esto sea comprendido es fundamental, pues se trata de un caso muy similar al que sucede, por ejemplo, con la industria del tabaco, cuyas acciones fundamentadas en el interés económico y en su propio beneficio se contraponen directamente con el bienestar de la sociedad. Es necesario saber que las redes sociales operan bajo el mismo principio y que sus resultados actuales no son fortuitos, lo cual también implica algo elemental pero profundo: pueden funcionar de un modo diferente. No se trata de demonizar o aplaudir acríticamente las redes, es un fenómeno político que es necesario discutir, comprender y regular.

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