A 997 días de la elección de 2024 las corcholatas presidenciables están a punto de estallar, buscan amarrar desde ahora una ruta segura para que el único destapador los premie y continúen, en nombre suyo, la Cuarta Transformación.
Ricardo Monreal es hasta ahora el más lejano a los afectos sin disimulo del Presidente López Obrador, sacude la pista y propone que la definición del muy probable sucesor de AMLO sea votado internamente, con sufragio efectivo y secreto, en una suerte de elecciones primarias.
Monreal resalta que a Morena las encuestas patito no se le dan, son opacas, dudosas. En 2017, él padeció la magia negra del método, arrancó como el delegado mejor evaluado y acabó en tercer lugar; Claudia Sheinbaum ganó de calle según aquellas mediciones demoscópicas internas.
Mario Delgado salió al paso y presume que no hay partido más democrático que el suyo, el de ahora, Morena. Que, si las encuestas no funcionaran cual epítome democrático, entonces no habrían ganado en 2021 tantas gubernaturas.
A Morena los procesos internos no se le dan. Su vitalidad participativa —o vocación sectaria—, exhibe a cada intentona su filia por liderazgos de facto, dos a lo largo de su proceso histórico que data de 1987, Cuauhtémoc Cárdenas, primero, y Andrés Manuel López Obrador, después.
Desde que abandonaron el PRI como protesta por el dedazo a favor de Carlos Salinas de Gortari. Después la pugna con los chuchos cuando fueron núcleo del PRD; un “cochinero” tras otro, según el término acuñado para la autopsia de una renovación de dirigencia nacional por el respetado maestro, Bernardo Bátiz, hoy al frente del Consejo de la Judicatura, por designación presidencial.
Ayer, Claudia Sheinbaum se posicionó a favor de la encuesta. El Presidente López Obrador también. Mario Delgado alineado. Marcelo Ebrard se declara institucional. Ricardo Monreal es el disruptivo de la cuadra por necesidad no por necedad.
Las encuestas de Morena son perfectas, cumplen designios superiores al tiempo que barnizan, con el sambenito de la voluntad popular, la imposición de candidaturas bajo criterios distantes. La propuesta de Monreal tiene lógica, pero no apoyo presidencial.
¿Podrá la razón alterar el foco presidencial? ¿Podrá Morena contener los apetitos —legítimos, representativos, lastimados— de quienes resulten damnificados a la hora de elegir candidata o candidato en 2023-2024?
¿Cuánto podrá AMLO aguantar el destape? ¿Cuántas veces puede la misma vena política tolerar lo que Manuel Camacho Solís, en 1993-94, y Marcelo Ebrard, en 2011, vivieron?
A casi mil días de la elección Morena interpreta el papel que el PRI desempeñó por siete décadas; entretener al respetable con una novela política-pública; la construcción y destrucción de aspirantes presidenciables, el juego de lealtades y de desafíos que como en los casos de Fox y Calderón, tuvieron éxito.
El efectivo distractor del tapado vuelve por sus fueros con Morena y un Presidente en plenitud de forma, con los hilos en la mano para soltar, apretar o, de plano, cortar.