Hemos avanzado poco o nada en la lucha contra la corrupción, a pesar de la voluntad del Presidente.
El asunto es fundamental porque es clave para el tabasqueño. No tiene sentido desacreditar a las instituciones que realizan investigaciones sobre el tema. No se puede responder bajo el “se tienen otros datos” o que lo que se busca es criticar al gobierno vía las fustigadas ONG.
Los informes de estos días nos colocan con pocos avances y en muchos casos retrocesos. No sólo se analizan actos de gobierno también las condiciones en que se manifiesta la corrupción, la cual se ha convertido en un lamentable instrumento de convivencia y gobernabilidad.
Por más que el Presidente insista en que las cosas están cambiando, está claro que la terca realidad lo alcanza lo que confirma que la corrupción está en lo más profundo de la vida del país. Está de tal manera enquistado que por lo que se está viendo con todo y los discursos presidenciales, en más de algún sentido seguimos en el lugar en el que estábamos desde hace tiempo.
La corrupción no puede sólo circunscribirse a lo que hace o no hace directamente el Ejecutivo. Como centro de la gobernabilidad puede dictar diferentes políticas y acciones para luchar contra ella, el reto está en si en su entorno se siguen y aplican los lineamientos que pronuncia.
La Presidencia puede verse a sí misma como una instancia que va erradicando actos de corrupción que en otro tiempo la ejemplificaban y evidenciaban. El Presidente puede con razón incluso argumentar que las cosas han cambiado en sus espacios; sin embargo, hacia fuera se siguen presentando graves problemas, los cuales conoce, pero tiende a mantener bajo criterios desiguales para abordarlos.
Algunas de las investigaciones sobre la corrupción en México y el mundo son enfáticas en cómo los gobiernos actúan ante la corrupción que tienen que ver con la justicia y su instrumentación, con las dependencias de gobierno y con aspectos, negocios, actitudes de familiares o de amistades de los gobernantes.
La medición sobre la corrupción no empieza y termina en un gobernante. El Presidente, insistimos, puede llevar a efecto una lucha genuina, la cuestión está también en lo que pasa más allá de él mismo y de lo cual es de alguna u otra forma corresponsable.
Los ciudadanos somos la primera instancia para medir la corrupción. Somos quien la conoce, “aprovecha”, permite salir de “problemas”, y quizá evitarla, más todo lo que provoca como parte de nuestra cotidianidad.
Somos el instrumento idóneo para hablar de ella y para padecerla y por ello sabemos, por experiencia, que se mantiene en muchos espacios de manera lacerante. Las mediciones externas sobre la corrupción del país confirman los trabajos internos y en buena medida lo que pensamos y vivimos los ciudadanos.
Tenemos que preguntarnos sin filias ni fobias qué tanto han cambiado las cosas como para que veamos un avance tangible en la lucha contra la corrupción, nos tememos que no hay buenas noticias.
Algunas cosas están en manos del Presidente. Un cuestionamiento serio que se le hace es que tiende a medir de manera diferente lo que tiene que ver con él y lo que tiene que ver con otros. Un elemento en el cual debe ser acucioso es el qué pasó con sus hermanos, por un lado aclararía las muchas dudas que sobre el caso existen y, por el otro, daría un mensaje al exterior y al propio país que sería expansivo sobre el tema.
La corrupción es de los asuntos en que la voluntad presidencial está siendo rebasada. Como decíamos, una parte está en sus manos y la otra está enquistada en nuestras formas de vida y relaciones sociales.
RESQUICIOS
La Fiscalía de la ciudad puso en la mira a funcionarios del Metro en tiempos de Ebrard, como responsables del colapso de la L12. Por ahora resulta que ni en tiempos de Mancera y mucho menos en los de Sheinbaum hay responsabilidades de la tragedia. Ni el pandeo ni el mantenimiento fueron causas, ¿política o justicia?