Nuestro núcleo duro

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

En sus libros Cuerpo humano e ideología (1980), Los mitos del tlacuache (1990) y Tamoanchan y Tlalocan (1996), Alfredo López Austin (1936-2021) desarrolló una manera rigurosa y original de entender la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos, desde su pasado más remoto hasta el presente.

¿Qué es una cosmovisión? López Austin la define como un conjunto de actos mentales, imágenes, emociones e intenciones que forman una red y que le permiten al ser humano operar en relación con sus semejantes y con el medio. López Austin propone una estratificación en niveles de la cosmovisión. A manera de una esfera, concibe distintos estratos que se distinguen por el tiempo que toman los cambios que suceden en ella. Las creencias y actitudes en los bordes de la esfera cambian rápidamente, en cuestión de años. Luego hay niveles inferiores que supone cambios más lentos que suceden en décadas o incluso en siglos. En el centro de la esfera se encuentra lo que denomina el núcleo duro, que cambia con extraordinaria lentitud. Según López Austin, el núcleo duro de las culturas mesoamericanas se formó hace miles años, incluso antes del desarrollo de la agricultura. El núcleo duro de una cosmovisión no es inmutable, pero sus cambios son lentísimos y requieren de la consideración de lo que conocemos como la historia de larga duración, concepto acuñado por la escuela de Braudel.

El concepto de núcleo duro de López Austin fue diseñado como un instrumento teórico para el estudio antropológico de la cosmovisión mesoamericana. Aquí quisiera tomarlo prestado para formular, por fuera de la teoría de López Austin, algunas conjeturas más o menos filosóficas sobre la historia de México, entendido como una entidad colectiva.

Partiré del supuesto de que el núcleo duro de la concepción mexicana del mundo y de la vida —quiero decir, la concepción del mundo y de la vida de los mexicanos mestizos— no ha cambiado mayormente. Quizá sus últimas modificaciones se llevaron a cabo durante la Revolución mexicana cuando se incorporaron algunos elementos y se terminaron de asentar algunos otros. Es más, podría concederse que algunos de los elementos constitutivos de ese núcleo duro fueron detectados y examinados por la filosofía de lo mexicano del siglo anterior, por autores como Ramos, Uranga y Paz.

Si aceptamos esta conjetura, ¿qué cambios podemos esperar en las formas de vida, en la moral, en las relaciones sociales de los mexicanos en los próximos años? La respuesta se desprende del supuesto mismo de la existencia del núcleo duro: cambios que están en la parte más superficial de la esfera de nuestras creencias, deseos y valores. No podemos esperar que de un día para otro cambien nuestras actitudes más hondas respecto a la familia, la autoridad, la ley, la colectividad, nuestras relaciones interpersonales y sociales. Este tipo de ideas compartidas por los mexicanos requieren un proceso muy lento de cambio: algunas pueden tomar décadas, otras quizá pueden tomar siglos. Por lo mismo, resulta poco realista proponer que se puedan llevar a cabo en el lapso de un sexenio o incluso en el de varios sexenios. Ningún político puede prometer una transformación de México en un sentido profundo del término que involucre nuestro núcleo duro. Tan equivocados estaban quienes pensaron que el núcleo duro de México podría adaptarse de inmediato a las estructuras políticas, sociales y legales de la alternancia de principios de este siglo, como quienes piensan ahora que el núcleo duro de México podrá adaptarse de inmediato a lo que se propone que sea la transformación profunda imaginada por el régimen actual.

A muchos de nosotros nos desespera la extrema lentitud de los cambios sociales, culturales y políticos en México. Reformar a México es fácil, se puede hacer en un sexenio. Se promulgan leyes, se instalan comisiones, se crean instituciones, se ponen en práctica proyectos. Eso se logró con Salinas de Gortari, con Fox y con Peña Nieto. Transformarlo hasta el núcleo duro de sus creencias, actitudes y prácticas es dificilísimo, requiere mucho tiempo. Como bien señala el filósofo Josu Landa, todavía es temprano para que podamos hacer una evaluación de lo que se pretende que sea la Cuarta Transformación de México. En sentido estricto, ni siquiera ha comenzado a hacerse visible. Habrá que esperar muchos años para poder decir si fue una realidad o un espejismo del momento.

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