Los años formativos de Enrique Florescano, en los 60, tanto en El Colegio de México como en la École des Hautes Études, afincaron poderosamente su perfil en la historia económica. Un perfil justificado por la importancia que Florescano y su esposa, la historiadora Alejandra Moreno Toscano, estudiosa de la geografía económica, dieron a los aspectos cuantitativos y sociales, ambientales y demográficos de la investigación, desde que eran estudiantes de Maestría, en el Colmex, en aquella década.
En uno de sus primeros artículos en Historia Mexicana, en 1965, Florescano y Moreno hacían un balance de la producción historiográfica desde una perspectiva económica y social, en México, desde Los grandes problemas nacionales (1909) de Andrés Molina Enríquez. Gracias a ese enfoque, endeudado con el estructuralismo y el marxismo, el conocimiento lograba un “desarrollo más acompasado y constante, más apegado a la realidad, más evolutivo que zigzagueante”, que el que se desprendía de la historia política de la primera mitad del siglo XX.
A fines de la década, Florescano daría a conocer su gran estudio sobre los precios del maíz en la Nueva España, en el siglo XVIII. A su regreso de París, cuando se incorporó como profesor en El Colegio de México y asumió la dirección de la revista Historia Mexicana, esa apuesta por la historia económica y social se hizo evidente. En una reseña del siguiente libro de Florescano, Estructura y problemas agrarios de México (1971), Enrique Semo insertaba el proyecto del historiador veracruzano en los debates sobre el subdesarrollo y el crecimiento, el feudalismo y el capitalismo, propios de la Teoría de la Dependencia y el marxismo de la Guerra Fría.
La evolución posterior de Florescano, sobre todo a partir de los años 90, cuando se concentra más en temas de historia cultural, de la mitología mesoamericana y del debate historiográfico, podría describirse como una reorientación. Pero, si leemos con cuidado sus primeros libros, veremos que el objetivo original nunca fue limitarse a los estudios cuantitativos. Desde aquellos primeros artículos de los años 60, en Historia Mexicana, Florescano mostró un profundo interés en temas filosóficos y antropológicos como se evidencia en sus textos sobre Antonio Caso, el “desarrollo cultural de los mayas”, ciudades antiguas como Tula y Teotihuacan, el mito de Quetzalcóatl y la cosmogonía tolteca.
Tal vez, en un pasaje de Los precios del maíz y crisis agrícolas en México (1969), se encontraba el primer indicio de aquella admirable capacidad de desplazamiento entre todos los periodos y todos los enfoques de la historia de México. Decía Florescano, hoy Premio Alfonso Reyes de El Colegio de México, que la historia económica, social, política o cultural, era siempre un “punto de partida limitado, como todas las especialidades”, pero que la meta final no podía ser otra que “la historia total, la Historia sin adjetivos”.