Confieso que me he sentido tentado a decir: “¡Qué asquerosa abundancia de arcoíris!”, porque en esta pequeña península en la que ahora vivo comparecen constantemente, por todos lados.
Aquí llueve todo el tiempo y un sol tímido, invernal, se asoma con frecuencia sobre el cielo plomizo, entonces arcoíris, a la izquierda arcoíris, a la derecha arcoíris, al fondo, surgiendo del mar… Y además bien marcados, potentes, dobles, de arco entero: toda la gama de arcoíris con toda la gama de colores que a su vez se subdivide en cientos de tonalidades, pantones, sutilísimos registros. Ya lo digo: asqueroso.
Bien sé que, además de las múltiples leyendas que los acompañan, los arcoíris tienen una dudosa reputación literaria y que están preñados de una cursilería difícil de esquivar, y se entiende: ¡arcos multicolores en el cielo! Se multiplican los poemas melosos, las postales líricas capaces de disparar un instantáneo coma diabético… En español no encuentro nada sobresaliente, y en inglés sólo Emily Dickinson (para variar) ha sabido capotear los peligros azucarados y ver al arcoíris como una lección de filosofía… Wordsworth tiene un poemita que sería olvidable si no fuera porque ahí aparece su celebérrima frase: “El niño es el padre del hombre”. En fin. ¿Qué hacer con esta sobredosis que me receta el cielo casi todos los días?
Ante la amenaza de Lo Poético, cuando se siente venir la bofetada de Lo Sublime, acuda usted a la ciencia. La ciencia puede deshilar un arcoíris. De hecho, la explicación científica de ese fenómeno de la luz es una especie de poema encontrado o found poem. Hasta la podemos partir en versos, así: “Cuando la luz del sol se encuentra / con una gota de lluvia, / parte de la luz se refleja / y el resto entra en la gota”. No suena mal, y es apenas el principio: “La luz se refracta en la superficie / de la gota / y golpea su parte posterior”, y “La luz que se refleja en la gota, / sale de la parte posterior / o continúa rebotando / dentro de la gota / después del segundo encuentro / con la superficie”. La explicación sigue y sigue hasta alcanzar el rango de una fórmula matemática. Fascinante, lo que sucede en una gota de agua cuando la atraviesa un rayo de sol.
Reflexión, refracción y dispersión… Es bueno saber que los arcoíris no son objetos y que no están a una distancia específica del observador: son inabordables (lo siento). ¿Y los colores? Newton dividió el espectro en siete (número cabalístico como los días de la semana y las notas musicales): rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta (Isaac Asimov protestó contra la inclusión del índigo: le parecía un mero azul oscuro). Para recordar los colores y su orden hay un ejercicio mnemotécnico en inglés: Richard Of York Gave Battle In Vain (Red, Orange, Yellow, Green, Blue, Indigo, Violet). La mnemotecnia se puede adaptar fácilmente al español. Se me ocurre, al botepronto: Rumiaban Necias Algunas Vacas Al Irse Volando. Siempre es recomendable que las vacas vuelen.
En resumen: no sé qué hacer con tantos, tan encendidos y tan insistentes arcoíris. Si Sylvia Plath pudo escribir “He visto la atrocidad de los crepúsculos” me permito decir, modestamente, “He visto la obscenidad del arcoíris”.