Hoy, entendemos al purgatorio como el sitio en el que las almas de los elegidos se purifican, antes de encontrarse con Dios. Sin embargo, le tomó mucho tiempo a la Iglesia católica definir al purgatorio como un tercer lugar escatológico, diferente del infierno y el paraíso. Es por ello que, cuando Dante escribió la Divina comedia, el purgatorio era un sitio relativamente nuevo para la imaginación.
Quizá la institución más parecida al purgatorio que tengamos aquí en la Tierra sea lo que se conoce como una penitenciaría. La cárcel tradicional era un sitio en donde se encerraba a los delincuentes en oscuros calabozos para castigarlos por sus crímenes. Una penitenciaría no es una cárcel en ese sentido, sino un sitio en donde el delincuente pasa por un proceso correctivo, que le permite reintegrarse a la sociedad. Podría entonces decirse que las prisiones de los países más avanzados han dejado de ser infiernos dantescos, para convertirse en purgatorios dantescos.
Sin embargo, la analogía no puede extenderse demasiado. Una parte de la condena del purgatorio consiste en que no se sabe con exactitud cuándo saldrá uno de ahí. En este sentido, el purgatorio dantesco puede tener algo de kafkiano. Quienes están en el purgatorio están en espera indefinida, como K en El proceso o José K en El castillo. Y ya que hablamos de Kafka, pienso que para quienes viven en sociedades secularizadas, el purgatorio quizá les resulte más kafkiano que dantesco, porque al haberse diluido los conceptos de pecado y salvación, lo único que las personas alcanzan a discernir es, por un lado, la sensación de estar flotando en la indefinición y, por el otro, un vago sentimiento de culpa que nunca se acaba de puntualizar. Podría decirse que el purgatorio kafkiano es más cruel que el dantesco, porque en éste, aunque los sufrimientos puedan ser más duros, tienen, por lo menos, una explicación, un sentido; en cambio, en aquél, todo es irremediablemente absurdo, gratuito.
He afirmado que un equivalente terrenal al purgatorio es el sistema penitenciario moderno. Pero podría replicarse que no hace falta ir a prisión para que en vida paguemos por nuestros pecados. El glotón se hace obeso, el envidioso amargado, el soberbio resentido. Como dice el refrán, “en el pecado se lleva la penitencia”. Pero una enorme diferencia entre este mundo y el purgatorio es que aquí podemos ejercer nuestro libre albedrío para hacer el bien o el mal, mientras que allá, no podemos. Por eso ya no se puede seguir pecando en el purgatorio. Y por eso mismo, el encierro del purgatorio es más drástico que el de cualquier prisión del mundo, porque allá se nos priva, aunque sea de manera temporal, de la agencia libre que nos hace semejantes a Dios. En ese sentido, el purgatorio se parece más al infierno que al mundo.