La invaluable y amorosa labor de familias misioneras me llevó a visitar la comunidad de San Gaspar, en el municipio de Pinal de Amoles. Después de algunos kilómetros de terracería, con algunos metros de concreto asfáltico intercalados en la ruta, construidos seguramente en los puntos que las lluvias más dañan, se encuentra una localidad a poco más de 2 mil 800 metros sobre el nivel del mar, en la que habitan cerca de 400 personas, en el corazón de la Sierra Gorda, entre preciosos bosques, que resguardan una gran riqueza natural y cultural.
La localidad cuenta con poco más de 80 viviendas, la gran mayoría con piso de tierra, agua y energía eléctrica. El saneamiento y la conectividad son tareas pendientes. El empleo es también un reto importante en San Gaspar; la mitad de sus habitantes realizan alguna actividad económicamente redituable, el resto carece de ella.
Como San Gaspar, nuestro querido México cuenta con cerca de 190 mil comunidades de menos de dos mil 500 habitantes donde habita aproximadamente el 24 por ciento de la población y es justamente ahí donde desafortunadamente, se registra el mayor rezago social. La dispersión poblacional que caracteriza a nuestro país se traduce en ocasiones en aislamiento y representa un gran reto para las instituciones encargadas de ofrecer servicios, como la salud, el saneamiento y la educación.
El Gobierno de México ha desplegado una política social decidida y profunda, en la búsqueda de dotar a los mexicanos más necesitados de aquello indispensable. Sin embargo, construir un piso mínimo de bienestar para las familias mexicanas como las que habitan en esta localidad, requiere de un esfuerzo conjunto y en equipo de la iniciativa privada y el sector público, donde las mujeres y hombres de la comunidad sean pieza clave y se encuentren en centro de las acciones a emprender.
El paisaje en San Gaspar es inigualable. Sus hombres y mujeres son trabajadores y hospitalarios. La combinación de estos dos elementos, unidos mediante la planeación y ejecución de proyectos productivos que permitan la generación de actividades económicas, podría detonar un cambio importante en las familias de la comunidad respetando su identidad y costumbres.
Existen en nuestro país algunos ejemplos de este tipo de proyectos, donde un capital semilla y el talento, liderazgo y esfuerzo de las comunidades generan círculos de bienestar: talleres de diseño y producción de artesanías, paseos a caballo por senderos, rodadas en bicicletas de montaña, cabañas ecoturísticas, tirolesas en las que es posible viajar entre las copas de los árboles, entre otros.
Los proyectos demandan de la experiencia de los adultos y la fuerza de los jóvenes, además de que provocan la especialización de ambos, demandando una mejor educación, para diseñar, planear, emprender y ejecutar productos y servicios que generen bienestar.
Construir un México de paz y bienestar requiere necesariamente voltear a nuestras comunidades más apartadas, tal y como la política social del Gobierno de México lo ha hecho.