Nicaragua debe importarnos

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Hoy comienza el cuarto periodo consecutivo de Daniel Ortega como presidente de Nicaragua, lo que representa el triunfo del autoritarismo, la dictadura, la intolerancia y la barbarie como forma de gobierno en nuestra región, ante la que múltiples países guardan un silencio y desinterés vergonzoso, que ha permitido que Ortega y sus cómplices se sientan y sean impunes.

Por más que pueda parecernos ajeno lo que pueda suceder en Nicaragua, hay que recordar que los 500 kilómetros que separan a la frontera mexicana de la nicaragüense son casi la misma distancia que hay entre la Ciudad de México y Guadalajara, por lo que los efectos de lo que allá suceda no se encuentran tan lejos como muchos imaginarían.

El hecho de que Nicaragua se haya lanzado de manera salvaje a convertirse en una dictadura en la que los manifestantes, sean estudiantes o adultos mayores, son asesinados con total impunidad (se han documentado cientos de casos de asesinados por grupos paramilitares apoyados por el gobierno, fuerzas policiales y militares) y en la que todos aquellos que han osado alzar la voz, criticar al gobierno o intentado ser oposición, han sido perseguidos y encarcelados con una violencia desmesurada (hay más de 170 presos políticos detenidos y torturados de manera rutinaria en la cárcel de El Chipote), han convertido a Nicaragua en un foco rojo que no puede ignorarse más.

Una cifra que da muestra de ello es el incremento de ciudadanos nicaragüenses detenidos en la frontera con Estados Unidos tratando de entrar sin papeles, huyendo de la tiranía que se ha agudizado en su nación de origen y arriesgando su vida en el intento. Mientras que en 2020 la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza identificó a 3,164 nicaragüenses, para 2021 esa cifra se multiplicó por 16, llegando a 50,722 personas detectadas. El régimen de terror que ha desatado Ortega (que en el colmo del nepotismo ha convertido a su esposa Rosario Murillo en la vicepresidenta) ha hecho imposible para muchos nicaragüenses continuar viviendo ahí, por lo que la única alternativa ha sido escapar. Sin embargo, incluso huir es una opción que no está al alcance o intenciones de los 6.6 millones de habitantes del país.

Es por ello que debe preocuparnos enormemente la transformación de Ortega, pasando de ser originalmente un revolucionario que se alzó en contra del sangriento régimen de Anastasio Somoza y formó parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional, a un opresor exactamente de la misma naturaleza de lo que había prometido combatir. Las elecciones del 7 de noviembre de 2021, en las que Ortega supuestamente obtuvo el 75% de los votos, sin lugar a dudas fueron una simulación, pues todos los posibles candidatos opositores fueron arrestados antes de las votaciones. Estas condiciones parecen ser nimiedades para los gobiernos que han apoyado a Ortega o se han escudado en un supuesto principio de no intervención para permitir la prolongación de esta tragedia, por lo que es necesario levantar la voz. Lo que pasa en Nicaragua debe importarnos y preocuparnos, pues guardar silencio es ser cómplice de este régimen sangriento.

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