La verdad y la rectitud

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Se ha vuelto un lugar común afirmar que la verdad está en crisis. Para entender cómo hemos llegado hasta aquí, conviene repasar algunos de los momentos de la historia de ese concepto en Occidente.

En su libro De Veritate, San Anselmo de Canterbury (1033-1109) hizo la interrogante: ¿cómo puede ser una la verdad y, a la vez, muchas las verdades? Para responder esta cuestión, San Anselmo ofreció una teoría de la verdad que todavía hoy nos sigue asombrando.

San Anselmo señala que cuando nos planteamos qué tipo de entidades pueden ser verdaderas o falsas, nuestros primeros candidatos son los enunciados lingüísticos y los juicios mentales; sin embargo, él extiende la lista para incluir a las voliciones, los actos, las impresiones sensibles, las cosas y, por supuesto, en la base de todo, a Dios, que es summa veritas.

San Anselmo sostiene que algo es verdadero cuando posee la propiedad de rectitud. La rectitud anselmiana es un concepto técnico que no debe confundirse con la rectitud geométrica, que se puede medir y percibir con los sentidos. La rectitud de lo verdadero es muy diferente, aunque la analogía ayude a hacernos una idea de ello. Según San Anselmo, algo es recto en el sentido de verdadero cuando cumple con su tarea, su diseño, su misión, su finalidad, su deber, su destino. Por ejemplo, decimos que una espada es de verdad cuando no sólo tiene apariencia de espada, como las de utilería o de juguete, sino cuando cumple con la función que se tiene planeada para ella de manera eficiente: porque tiene filo, corta, puede usarse en la batalla. Obsérvese que en ese caso cabe afirmar que es una espada verdadera y, además, que buena espada, porque cumple con su función y, por lo mismo, con nuestras expectativas.

Por lo que toca a los enunciados, San Anselmo afirma que son verdaderos cuando existe realmente lo que enuncian, ya sea por afirmación o negación. A primera vista, no habría diferencia entre San Anselmo y Aristóteles en torno a este tema, sin embargo, San Anselmo interpreta la intuición aristotélica de manera muy diferente a la de las teorías de la adecuación o la correspondencia. San Anselmo afirma que un enunciado es verdadero cuando éste dice de lo que es que es y de lo que no es que no es, pero no sostiene que la coincidencia entre lo que significa el enunciado y una realidad en el mundo sea, de manera primaria, lo que lo hace verdadero, sino la rectitud con la que dicho enunciado significa lo que significa, de manera tal que se dé la coincidencia. La rectitud de un enunciado consiste en decir las cosas tal como son: eso es lo que se espera de él, ése es su objetivo, su misión, su deber ser. Lo que hay que subrayar de esta forma de entender la verdad de los enunciados y, de manera derivada, de los juicios, es que se trata no sólo de una relación semántica o epistémica entre el lenguaje o el entendimiento y los hechos del mundo, sino de una relación de carácter normativo entre los enunciados y los juicios y su finalidad, que es la de expresar o conocer las cosas tal como son.

Esta estrecha liga entre la rectitud y el bien se hace evidente cuando San Anselmo se ocupa del tema de cómo entender la verdad de nuestros actos. En este caso, él no duda en identificar la verdad de nuestras acciones, es decir, su rectitud, con el bien: “aquel que hace lo que debe obra bien y con rectitud, de donde se sigue que obrar con rectitud es obrar con verdad”. En al caso de la voluntad, San Anselmo vuelve a incorporar la noción de bien para explicar qué hace que algo que queremos sea verdadero. La rectitud en el querer consiste en querer lo que se debe querer y esto no puede ser sino lo bueno para uno, para los demás, lo que Dios espera de nosotros.

La estrecha liga entre la verdad y el bien que enfatiza San Anselmo se ha perdido en nuestros días. Para salir del pantano de la posverdad, quizá nos convendría recuperar algunas de las intuiciones de San Anselmo acerca de la verdad.

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