En el abordaje de la Cuarta Transformación en contra del Instituto Nacional Electoral (INE) por razones pasadas, presentes y futuras, una vez más el simplismo de la propaganda gana la partida a la razón técnica, jurídica y ética. Al menos en el populómetro.
Los consejeros Córdova y Murayama apelan racionalmente a la formalidad de la petición de fondos extraordinarios por parte del Ejecutivo (1,730 millones de pesos) para poder organizar una consulta popular con calidad democrática.
El gobierno y Morena aluden sin rigor a una sugerencia de recortes plagada de imprecisiones, errores e ignorancia. El Power Point que receta cómo sacar 3 mil millones de pesos incluye vaciladas. No importa, recomienda austeridad que algo queda.
Los enemigos del INE argumentan, insisto, con éxito en el imaginario colectivo que si los consejeros se bajan sueldos, renuncian a su seguro de gastos médicos mayores, prestaciones laborales ajenas a la inmensa mayoría del pueblo, si atacan fideicomisos destinados a otros fines, que en trazos gruesos hacen parecer alcancías escondidas, el INE puede hacer lo que, dicen Morena y Presidencia, no quiere hacer. Impreciso pero efectivo.
Larga guerra. En capítulos excepcionales el INE ganó batallas puntuales, acordó actuar con rigor y logró el concurso de dos tribunales vitales; la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) que con distintos fallos “blindó” al INE para no incumplir obligaciones, con o sin ministraciones adicionales, eso celebraron los consejeros electorales. Pero esa certidumbre jurídica la comprenden muy pocos.
El lance del diputado Sergio Gutiérrez Luna en contra de los seis consejeros que votaron frenar la operación de algunas etapas rumbo a la consulta para revocación, denunciándolos penalmente (ante la FGR) es una aberración democrática histórica y sin embargo, y a pesar de su retractación pública, ante la denuncia vive, la locuaz amenaza permanece.
Un sinsentido propagandístico que a pesar de ser absurdo amenaza a consejeros. Nadie se indigna, todos se coluden en la jugarreta. Morena celebra el exabrupto, porque se ajusta su mantra machacón; los consejeros Córdova y Murayama actúan políticamente, opositores a la Cuarta Transformación. Fifís, conservadores y las descalificaciones de cajón. ¿Ciertas? No. ¿Importa?
Con la cantaleta desde Morena y los embates de Palacio Nacional, más que suficiente. A pesar del prestigio institucional que goza el INE, en esta guerra por la consulta para la no-revocación de mandato, el INE comienza a perder terreno. Incluso la demostración de la nueva sugerencia de austeridad no logra el alcance de la primera. Y la segunda que ayer le refrendó el secretario de Gobernación. No hay dinero extra, ni habrá.
Confrontar a un poder como el que la Cuarta Transformación ha concentrado no es asunto menor. Enfrentar esa funcional maquinaria de propaganda que pega siempre en la emoción populachera sin gastar tiempo y energía en detallar realidades complejas ajenas al cotidiano existir de México, es una empresa mayúscula.
La consulta para revocación de mandato va, su nivel de certeza, seguridad, alcance y calidad será directamente proporcional al presupuesto con el que el INE cuente. Lo más probable es que no sea ejemplar, pero será funcional al proyecto político del gobierno y de Morena.
Al poder, los resultados lo alimentan, le dan razón de ser. La argumentación del INE ha quedado atrapada en la formalidad, en la corrección política. Dirán en el INE que no hay más, que sólo así pueden y deben articular su defensa, fijar postura.
Pero en la plaza, la emoción de Fuenteovejuna se inclina a favor de quien se ostenta como defensor del desposeído (los más) y en contra de los privilegios y los privilegiados (los menos). Ventilar salarios y prestaciones es una arma infalible.
A partir de ello, la mayoría legislativa sabrá dónde apuntar cuando de reforma electoral se trate. El costo histórico, el riesgo político de regresar al gobierno en turno la operación y el arbitraje de las elecciones será minimizado a golpe de palabras.
Retroceso que la retórica transformadora está dispuesta a correr bajo la premisa de una superioridad moral que gravita alrededor de una sola figura. ¿Y después? La fe social, la superchería ideológica, simple y burda.