Siempre hay una distancia entre la teoría y la práctica. Esto es especialmente cierto cuando se trata de nuestras relaciones amorosas, que así como nos sostienen y son parte del sentido de vida, también nos hacen sentir vulnerables.
Lo que nos importa y nos conmueve a veces nos hace pensar que tenemos derecho de enojarnos, pedir cuentas, exigir que no nos dejen de mirar, que nos traten como prioridad y nunca como personaje secundario. Estos sentimientos son humanos y también tensan las relaciones. Tal vez en el nivel racional sabemos que los celos son, como dice Giulia Sissa, “una emoción culturalmente vergonzosa en la era de la seguridad personal, del feminismo, de las libertades y de la razón como superior a las emociones”.
Una persona que se considera liberal, tiende a negar sus celos. Dirá que cree en el amor como libertad para después sentirse insegura y nerviosa. En el amor se juega siempre el miedo al abandono. La búsqueda de una relación que repare o repita la forma original de relación infantil. Todo amor es una reparación y pensar que es posible estar al margen de sus contradicciones es una ingenuidad. Así como el amor es placentero, también es ocasión de sufrimiento. En su curso, se pasa de la alegría y la excitación al desamparo, a la desconfianza y a la angustia. En la era del amor propio como el más grande al que se puede aspirar y de la crisis del modelo monógamo del amor, los celos parecen una emoción salvaje y superada por el discurso de la autoestima a prueba de todo y de las relaciones abiertas como una forma mucho más amable y menos demandante para convivir en pareja. Si alguien siente celos debe ser porque no se ama, por machista, por envidia o por un narcisismo desordenado. Todo lo anterior podría ser, pero no hay que olvidar que la búsqueda de la seguridad en el amor también es biológica. El infante humano se caracteriza por una mayor dependencia en comparación con el resto de las especies animales. Nos toma mucho tiempo entender que no somos uno sino dos. Que el otro no es una extensión de nosotros. Que nuestro cuerpo es distinto del cuerpo de nuestra madre. El bebé humano necesita de cuidado físico y también de afecto para sobrevivir. Las ganas de ser importante y especial para una sola persona en el mundo no es solamente una
construcción cultural.
Los celos, más que una vergüenza, son una emoción que hace sufrir. Aceptar lo que sentimos es siempre mejor que negarlo. De nada sirve afirmarse como no celosa si se siente algo distinto.Las emociones están todas atravesadas por sutilezas culturales; si el amor propio es la pasión social dominante, entonces los celos convierten a quien los siente en inferior. La comprensión de los celos cambia junto con la Historia: los estoicos pensaban que las pasiones son indeseables. La Ilustración entendía a los celos como una expresión del derecho de propiedad. Marx hizo una analogía entre la posesión de una mujer y la propiedad privada. Simone de Beauvoir planteó la cosificación de la mujer como un elemento central del pensamiento feminista: los celos se volvieron políticamente incorrectos y motivo de reclamo. Desde una perspectiva del desarrollo, los celos son normales y es mejor mirarlos de frente. Si somos realistas sabremos que ningún amor está asegurado, porque el deseo siempre está en movimiento. Amar es tener miedo de la pérdida. Amar es saber que nunca se sabe.