Yo defiendo al CIDE y al maíz nativo

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

El profesor Jean Meyer escribió recientemente sobre la actualidad del agrónomo soviético Trofim Denissovich Lysenko (1898-1976), quien “ayudó a Stalin a destruir la biociencia en la URSS, especialmente la genética, contribuyendo al atraso de la agricultura en su país”.

Tras describir la persecución de científicos, desde los primeros años de la revolución rusa y la condena contra Mendel y Darwin, el gran historiador se pregunta: “¿No le suena conocido? Les remito al texto más reciente del Conacyt”. Y remata su columna con esta reflexión: “La gran potencia china, gobernada por un partido comunista, se ha vuelto el primer productor mundial de maíz... genéticamente modificado. Sin comentario”.

Interpreto que el argumento de Meyer va más o menos así: Stalin se apoyó en un charlatán: Lysenko. Restringir la producción con maíz transgénico es supuestamente charlatanería. Dado que el actual Gobierno se dice de izquierda y rechaza esos granos alterados en laboratorio, su política agronómica es charlatanería.

El injusto ataque contra el CIDE, que hoy cuenta con un director repudiado por su propia comunidad, produce reacciones viscerales. Del golpe al CIDE deriva esa aparente alianza del destacado profesor Meyer con colegas de la UNAM o el Cinvestav, que defienden la biotecnología y, en casos extremos, el desarrollo no regulado de organismos genéticamente modificados.

Ahora bien, no deberíamos quedarnos con la impresión de que el CIDE es homogéneo y que es lo opuesto a las políticas agroecológicas de la actual administración. Como profesor, he usado valiosos estudios de ese centro sobre deforestación e historia ambiental.

La Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados es una ley foxista. Las ventajas productivas del maíz transgénico, resistente al glifosato, son desventajas ambientales para todas las plantas que mueren bajo ese herbicida. Rociar glifosato significa matar biodiversidad. Y resulta que estamos en 2022, en plena crisis ambiental global. Matar quelites e insectos, a gran escala, ya no es un daño colateral menor. Además, México es centro de origen y diversificación del maíz, lo que significa que es de interés planetario mantener vivas las variedades nativas.

La agroecología mesoamericana, la milpa y la chinampa, son patrimonio de la humanidad. Lo entienden mejor el chef Enrique Olvera y sus clientes, que algunos investigadores de bata blanca. Eso no significa, obviamente, que debamos criminalizar la agroindustria de los monocultivos. El empresario Bosco de la Vega, que aspira a dirigir el Consejo Coordinador Empresarial, ha expresado que la prohibición del uso del glifosato está poniendo a los agroindustriales contra las cuerdas. Lo ideal sería alcanzar acuerdos racionales. Para ello se requiere de la ayuda de expertos, del CIDE y de la UAM, por ejemplo, donde elaboremos modelos que propongan equilibrios entre producción agropecuaria para alimentar al país, protección de la biodiversidad e incentivos que eviten que el del glifosato se convierta en un gran mercado negro.

Temas: