La semana pasada se difundió la última estimación del Índice de Democracia, realizado por la Unidad de Inteligencia de la revista británica The Economist, y los resultados no fueron particularmente alentadores. Menos de la mitad de la población mundial vive en un régimen democrático de alguna naturaleza y la cifra se está achicando: mientras en el 2020 eran 49.4%, hoy son 45.7%. Igualmente, la calificación promedio de los gobiernos del mundo disminuyó de 5.37 a 5.28, la caída más importante y el punto más bajo desde que este índice se comenzó a producir en 2006.
Naturalmente éste no es un indicador ausente de cuestionamientos metodológicos ni es la única medición para tratar de cuantificar las capacidades y características de Estados del mundo. Para una imagen más precisa de un país o región particular, es necesario tener en consideración los resultados de otras estimaciones, como la medición de las Variedades de la Democracia del V-Dem Project, que recolecta datos desde el año 1900 hasta la fecha; los Indicadores de Gobernanza Mundial, WGI por sus siglas en inglés, del Banco Mundial; el Índice de Estado de Derecho del Proyecto de Justicia Global (WJP), el Informe de Libertad en el Mundo que realiza Freedom House, entre muchas otras mediciones.
Y precisamente como resultado de la comparación con lo que otras instituciones y sus indicadores han venido registrando a lo largo de los últimos años es que estos resultados de The Economist, más allá de la discusión y precisión que puedan tener en el margen, se encuentran alineados con el resto de mediciones: la democracia se encuentra bajo fuego desde hace ya varios años, pero la pandemia sirvió como un catalizador para profundizar las pulsiones antidemocráticas, así como para el florecimiento del autoritarismo, prácticamente en todas las regiones del mundo.
Uno de los casos más llamativos fue el de México, cuyo puntaje hizo que ya no pudiera clasificarse como una democracia defectuosa y entrara a la categoría de régimen híbrido, más cercano al autoritarismo (lo cual es controversial en cuanto a la categorización, pero coincide con otras mediciones que han documentado la erosión de las ya de por sí débiles capacidades institucionales del país). Pero los retrocesos, desafortunadamente, no se limitaron a un gobierno: 74 países tuvieron una peor calificación que en 2020, entre los que destacaron casos como Chile, España, Ecuador, Paraguay, Túnez, Myanmar, Nicaragua, Haití, Venezuela, Rusia, Hong Kong, El Salvador, entre muchos otros.
Si muchos casos corresponden a naciones latinoamericanas, es precisamente porque ahí es donde se han concentrado los peores retrocesos en comparación con otras regiones en estas mediciones.
Después de haber sido los protagonistas de muchos de los procesos democratizadores a finales del siglo XX, hoy la región comienza a desandar sus pasos en un peligroso camino de regreso del que el Índice de Democracia nos está lanzando una advertencia. Será nuestra responsabilidad qué haremos con esta información: desestimarla y querer tapar el sol con un dedo, o tomar conciencia de que la democracia no se construye ni se puede salvar por sí misma, necesita de sus ciudadanos.