Una palabra

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales&nbsp;<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Carlos Urdiales *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Líder político nacido en las entrañas de un sistema político nacional abocado a la imagen y palabra de un solo hombre, del primer priista del País. Militante de aquel partidazo que decidía todo sin elecciones ni libres ni participativas.

Época de una palabra; la del Presidente. Sociedad arrullada con el desarrollo estabilizador; medios de comunicación escasos y alineados.

Ese líder político abrevó de aquel manantial; terminó por arrimarse a los rebeldes, inconformes, aquellos que dentro del aparato oficial entendieron que México se transformaba al margen de la voluntad del poder; colectivo civil que despertó a golpe de reiteradas crisis económicas, fracaso de políticas, terremotos mal atendidos, corrupción y nepotismo.

El líder siguió a sus guías morales; juntos abandonaron las entrañas del dinosaurio. La fundación de frentes y nuevos partidos políticos fue combatida con violencia y sangre, mataron a opositores, los espacios en los medios más críticos, menos sumisos, sufrieron la embestida del poder establecido que, aunque menguado, continuó siendo un poder imbatible. Y la libertad se ejerció. Se ejerce desde entonces.

La conquista del poder llegó por herencia, al primer Jefe de Gobierno del Distrito Federal electo democráticamente le sucedió el activista más inteligente, el que caminó calles y conquistó urnas. De ahí a pesar que pedía lo dieran por muerto, se catapultó a la silla grande, una brega de 18 años.

El líder fue candidato, primero natural, inevitable, después gracias al repliegue de quienes también crecían a su alrededor. Ganó sobre las ruinas de un PRI renacido para robar, reencarnado en jóvenes vivales, los escándalos de la casa blanca reactivaron a AMLO, la indolencia política ante tragedias se sumó y provocó la imposición popular a través de las pacíficas urnas.

Legitimidad sin par, capital político y combustible para ofrecer el cambio real, el bienestar de las mayorías, la inclusión, el debate, la apertura.

Entre pandemia y arrebatos, el líder ya no pugna por la transparencia, fuerza la agenda con la infidencia, con acusaciones al por mayor y denuncias —reales— al por menor. La polarización le gusta, lo anima, pero no la tolera.

El líder confía en una sola voz, en la del pueblo que interpreta y traduce, una sola voluntad, la suya. El ataque a los medios trasciende nombres, membretes.

La estigmatización de quien no piense en la misma sintonía se invalida. Primero moralmente, después con los medios al alcance de un mandatario que reconstruyó el poder como al que se acostumbró hace décadas.

La oposición política está rendida, descalificada, medrosa. La oposición ideológica dispersa. La popularidad presiona, radicaliza, arrincona voluntades que, como hace cuatro décadas, despiertan, buscan pluralidad, equilibrio y serenidad.

La transformación se torna virulenta, tiempos y hechos la apremian. Las tempestades políticas cimbran, dice el Presidente que para sacudir. Otros alertan sismo con epicentro, pero sin control. Costos longevos para los que menos tenían y menos tienen. Lucha por imponer una palabra.

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