La premisa fundamental a partir de la cual Putin inició la invasión de Ucrania es que ese pedazo de tierra, más grande que Alemania o Francia habitado por 44 millones de personas, en realidad no es una nación soberana, pues le pertenece a Rusia, y su población se encuentra sometida a un régimen genocida que usurpó el poder para convertirlos en títeres de Occidente.
Esta visión claramente sesgada y falaz de la historia llevó a Putin a creer que podría derrotar al gobierno ucraniano rápidamente con una operación relámpago en la que incluso los propios ucranianos recibirían con los brazos abiertos a sus liberadores. Sin embargo, ha enfrentado una feroz y patriótica resistencia que está desnudando con hechos las mentiras del Kremlin y elevando cada día los costos que Rusia tendrá que pagar por su acción ilegal e ilegítima.
Junto con su interpretación a modo de la historia, Putin ha construido una narrativa que, a todas luces, está basada en mentiras, pero que ha sido el mensaje repetido por él y su aparato de desinformación. Ha dicho que el gobierno ucraniano también es ilegítimo, porque se trata de una pandilla de neonazis —cuestión rara considerando que el presidente Zelenski es judío y tuvo familiares víctimas del Holocausto— que tienen que ser eliminados porque amenazan al pueblo ucraniano y ruso, que son una misma nación. La esperanza de Putin era que su mentira, que ha logrado difundir impunemente dentro de Rusia, podría también convencer a los ucranianos de perder la confianza en su gobierno. Por eso, un día después de comenzada la ocupación, envió una grabación a los militares ucranianos, diciendo: “Tomen el poder en sus manos. Para nosotros será más fácil llegar a un acuerdo con ustedes que con esta pandilla de drogadictos y neonazis que ocuparon Kiev y tomaron como rehén al pueblo ucraniano”. Naturalmente, los ucranianos siguieron peleando junto a su gobierno.
Putin podrá sentirse justificado por su visión delirante de la historia, pero ésa no es la historia que han vivido los ucranianos. Ellos han decidido tomar un camino diferente. Basta recordar que en el referéndum de independencia de 1991, hubo una abrumadora mayoría de más de 28 millones de personas, 92% de los votantes, que aprobó la independencia del país. Las impactantes movilizaciones estudiantiles y sociales de 2013 y 2014 de la Revolución de la Dignidad, también conocido como Euromaidán, precisamente se enfrentaron a un régimen prorruso. Igualmente, Zelenski ganó su puesto con un abrumador 74% de los votos. Los ucranianos tienen el gobierno que quieren.
Para Putin, nada de esto es relevante porque sólo importa su visión de la historia, que además se agudiza por la ausencia de instituciones que limiten su poder, pero no se puede ignorar la realidad por siempre. A pesar de la asimetría de poder, la resistencia será casi imposible de ser detenida, por lo que será muy difícil controlar el enorme territorio ucraniano. Además, la población rusa comienza a sentir las consecuencias de las sanciones y ver las escenas que contradicen el mensaje de la humanitaria intervención de Putin, lo que está alimentando nuevas movilizaciones. La mentira de Putin acabará explotándole en la cara.