Sobre sueños e insomnio*

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

El insomnio no es tanto la ausencia de sueño en sí como la queja por no dormir y los insomnes, en ese sentido, son personas que necesitan ser escuchadas.

(Darian Leader)

Una pareja de enamorados intercambia mensajes todos los días casi en cuanto amanece. Lo primero que se preguntan es qué tal durmieron. La gran noticia es que durmieron bien. La pésima noticia es que se despertaron de madrugada y tardaron dos horas en volver a conciliar el sueño. A veces se cuentan lo que soñaron o por lo menos escriben un adelanto que más adelante ampliarán en persona. Preguntarle a alguien qué tal durmió puede considerarse una muestra de amor e interés.

Una de cada tres personas adultas se queja de falta de sueño. En pandemia casi todos tuvieron trastornos del sueño. La angustia por la incertidumbre y la tristeza por las muertes aumentó el número mundial de insomnes. El insomnio es el resultado de un estado depresivo y no al revés como proponen los gurúes del buen dormir, que afirman que estamos deprimidos porque no hemos dormido. Dicha afirmación lleva implícita la intención de vendernos el mejor colchón, la mejor pastilla, el mejor programa para combatir el insomnio. Los productos y métodos para ayudar a dormir son un negocio de 76 mil 700 millones de dólares. Vivimos una época en la que incluso a la hora de dormir, el mundo exterior demanda nuestra atención con correos, mensajes y publicaciones de redes sociales. Todos miramos el teléfono antes de dormir y quizá es lo primero que hacemos si nos despertamos de madrugada. La demanda o nuevo mandato para contrarrestar esta adicción es desconectarse, pero rara vez los mandatos curaron a alguien. Hoy se afirma que debemos monitorear cuánto dormimos. Ocho horas es el número mágico al que hay que aspirar para ubicarnos del lado de la salud, ignorando la realidad de las sociedades urbanas, presionadas por cargas socioeconómicas y por dolores internos que no se hablan con nadie. Estos dolores pueden tener la categoría de trauma, que son eventos del pasado que han quedado inscritos o no en la memoria, con una carga afectiva de sufrimiento. Muchas personas siguen pensando que si recuerdan algo traumático habrán encontrado la pieza que faltaba de un rompecabezas, aunque recordar no es tan importante como la historia que se ha construido a partir de la vivencia dolorosa. En el trabajo clínico, se considera un progreso que un paciente comience a soñar con ciertos hechos traumáticos. Ser capaces de soñar lo más temido es síntoma de un cambio psíquico, de una nueva capacidad para procesar el dolor emocional. Como por ejemplo, el caso de un paciente cuyos padres se divorciaron cuando él tenía tres años y dejó de ver al padre durante un año completo. El paciente no recordaba nada pero había construido recuerdos gracias a los relatos de su hermano mayor. Durante el curso de su terapia, comenzó a tener un ciclo de sueños en los que se acercaba a una casa vacía que era el hogar de su infancia. Los sentimientos de vacío y desconsuelo era insoportables pero por fin aparecían ligados a su historia personal, en vez de aparecer de la nada en su vida cotidiana como depresiones inexplicables. Podemos pensar que sería mejor no recordar ni soñar los eventos terribles de la vida, pero lo que está bloqueado en una persona, tiende a regresar como síntomas mucho más feroces. Por eso las pesadillas aunque indeseables, son terapéuticas. Dormir es una forma de psicoterapia individual donde el inconsciente interpreta eventos del presente y los absorbe dentro de estructuras preexistentes. En La interpretación de los sueños, Freud explicó que nuestro pensamiento opera en tres niveles: consciente, preconsciente e inconsciente. El último gira en torno a la sexualidad y la violencia y sólo puede inferirse su presencia a partir de los sueños, síntomas y equivocaciones al hablar. El pensamiento inconsciente se oculta en el sueño y puede camuflarse allí para eludir la censura psíquica. El sueño es peligroso porque en él aparecen imágenes y contenidos inaceptables en la vigilia. El sueño es un trabajo de elaboración mediante el que se conectan problemas y dificultades cotidianas con deseos y anhelos que están fuera de la conciencia. Plagado de contradicciones e incoherencias, necesita ser descifrado por el soñante. Si el riesgo es demasiado grande, se opta por el insomnio. Lo que nos impide dormir es también lo que nos despierta. A veces, la única forma de mantenerse a salvo es estar despierto. Otra explicación para el insomnio es el sentimiento de culpa. Parece que para dormir sería necesario tener la conciencia tranquila. El inconsciente tiene una fijación con lo que ha dejado sin hacer o no hemos terminado o quedó incompleto durante el día. Las pastillas para dormir pueden diferir la culpa pero no borrarla.

*Texto basado en el libro

¿Por qué no podemos dormir?

(Darian Leader, Sexto Piso, 2019)

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