El resplandor

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Una de las pocas películas de terror que me provoca miedo genuino es El resplandor, con esa sobrecarga de violencia psicológica que termina desembocando, casi irremediablemente, en violencia física. El terror de El resplandor se inscribe en el terreno de la ambigüedad, en la frontera de la realidad y la alucinación, en la tensión de lo posible y en el proceso de deterioro de una mente aparentemente cuerda.

Pero hay otra lectura, crucial, que se me había escapado, que es evidente en el libro de Stephen King en el cual está basada la película y a través de cuyo filtro las piezas narrativas cuadran con admirable claridad: la lectura del alcoholismo.

Casi sin darse cuenta de que estaba hablando de sí mismo, King, alcohólico, escribió el libro en los setentas como la pesadilla de un adicto que le teme a la sobriedad, tecleando furiosamente y temeroso de perder su potencia creativa si dejaba el alcohol y la cocaína. Su inolvidable personaje, interpretado magistralmente por Jack Nicholson, es un alcohólico que lleva algún tiempo sin beber (cinco meses en la película, catorce en el libro) pero que en realidad es un borracho seco: alguien que detuvo su consumo abruptamente, pero sin ningún programa paralelo que le ayude a reajustar su vida, lo cual lo tiene en un estado de inquietud e irritabilidad constantes. El tecleo furioso de Stephen King es el tecleo furioso del personaje Jack Torrance, que supuestamente está escribiendo un libro pero que en realidad sólo repite la misma frase una y otra vez durante cientos de páginas: “Mucho trabajo y poca diversión hacen de Jack un tipo aburrido”. Es una vuelta al mito de que la sobriedad es aburrida. La diversión es la bebida, y Jack comienza a resentir su sobriedad y a las dos personas que lo rodean: su esposa y su hijo. Este hijo, Danny, tiene un poder psíquico que lo hace conectarse con las cosas y con las personas, vivas o muertas, y es así que le increpa al hotel mismo donde están aislados (por una tormenta de nieve): “Tenías que hacerlo beber de la Cosa Mala, sólo así lo podías atrapar”. Porque Jack recae y vuelve a beber, no sabemos si en la realidad o en la fantasía, aunque está indiscutiblemente borracho en ambas. Al volver a beber, en la película, su brindis es: “Por cinco miserables meses sin consumir, y por el daño irreparable que me han causado”. El resplandor es la historia de una recuperación fallida, y apunta hacia el miedo que su autor le tenía a la sobriedad.

La escena de la habitación 237, en la que Jack cree estar abrazando a una joven y desnuda mujer que resulta ser una vieja pútrida que se carcajea de él, es una imagen muy plástica de los autoengaños de la adicción y sus falsas promesas: se anuncia como panacea y termina siendo lo que es, una pesadilla.

El resto de la historia de terror lo sabemos de memoria, tal vez al costo de olvidar la historia de su autor: Stephen King le perdió el miedo a la sobriedad, se recuperó de sus adicciones y ha escrito sesenta novelas (El resplandor fue la tercera), muchas de ellas con un éxito resonante. Su creatividad no ha sido muy dañada que digamos, y su prosa resplandece.

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