Nos hemos concentrado tanto, y con razón, en la importancia y cuidado de la memoria, que olvidamos que el olvido es también importante, y crucial: sin esa facultad, nuestra vida sería un inmanejable alud de información. Funcionamos eslabonando elecciones y olvidos: un solo dato al que dedicáramos nuestra atención entera podría esclavizarnos por meses, al costo de inutilizarnos para la vida diaria, que requiere seguir adelante sin el embargo de la retención total. No poder recordar es, en muchos casos, terrible, pero no poder olvidar es una condena.
Solomon Shereshevsky no podía olvidar. Así lo relata uno de los fundadores de la neurociencia, Alexander Luria (que tanto inspiró a Oliver Sacks), en su libro La mente de un mnemonista (1968). Ese libro es el resultado de largos años de estudio de una mente, la de Shereshevsky, capacitada para recordarlo todo. Uno de los ejercicios anotados por Luria fue decirle a “S” (nunca lo refiere por su nombre) una larga serie de palabras que éste repitió a la perfección, luego una serie más larga, luego otra más larga: S recordaba las series de palabras sin titubear. Esto no es sorprendente: los atletas de la memoria recuerdan series de números y palabras, mazos de cartas, cadenas de imágenes. Lo sorprendente es que 15 años después de ese experimento, Luria le preguntó a S si lo recordaba, y éste respondió: “Sí, sí, fue una serie de palabras que usted me dijo una vez cuando estábamos en su departamento. Usted estaba sentado en la mesa y yo en la mecedora. Usted estaba usando un traje gris y me miró de esta manera… Entonces recuerdo que me dijo…” y entonces S repitió la última, larga serie de palabras, impecablemente.
La fascinante mente de S funcionaba por asociaciones sinestésicas, al combinar las herramientas de sus cinco sentidos para adherirlos a un recuerdo. Así, una palabra podía ser de un color, que a su vez estaba asociado a una anécdota y ésta a un olor… Una memoria prodigiosa sostenida por una imaginación portentosa que S confundía con la realidad: S podía modificar su ritmo cardiaco si se imaginaba corriendo, o alterar la temperatura de su piel si se visualizaba tocando algo caliente… S se perdía en los laberintos de su mente conectando hechos reales con imágenes postizas, y ése era el pegamento de su retención: la creatividad. Memoria e imaginación: una dupla que merece muchísimo estudio. La gimnasia mnemotécnica usa también este método asociativo para reforzar los recuerdos, pero el caso de S era pasmoso. Habiéndole Luria leído a S el inicio de La divina comedia en italiano, idioma que ignoraba, éste lo repitió sin problemas, y le explicó a Luria su proceso. Todos conocemos el famoso primer verso de la Comedia: “Nel mezzo del camin di nostra vita”. S lo reconvierte en esto: “Nel: Estaba pagando mi membresía cuando, en el pasillo, vi a la bailarina Nelskaya. Mezzo: Un violinista toca con [en ruso vmeste] ella. Del: Cerca de ellos hay una cajetilla de cigarros Deli”, etcétera. ¡Pero en el mundo de S no había etcéteras sino desarrollos exhaustivos y detallados de todo, incluida una historia paralela –y mucho más larga—a la de La divina comedia! Ni etcéteras ni abstracción ni olvido: pobre S… Alguna vez anotó en diferentes papeles todas las cosas que quería olvidar, para ver si desahogándolas así, desaparecían, pero no. Luego quemó los papeles, conjurando al olvido, pero éste no llegó. Sólo la muerte le trajo el descanso del recuerdo, el final reposo de la tiranía de la totalidad.