Y ¿quién te cuida en la familia? Si reflexionamos la respuesta te darás cuenta que siempre se piensa en una imagen femenina, la madre, hermana, tía, abuela, suegra, cuñada, etc. Y es que en nuestra sociedad existe una manera generalizada en cómo se distribuyen los cuidados primordiales para la supervivencia humana: son principalmente mujeres las que se hacen cargo de ellos en la familia, esto se conoce como distribución sexual del trabajo.
Hemos construido un sistema profundamente estereotipado al respecto, en donde el trabajo doméstico, es decir, las tareas del hogar y el cuidado de personas enfermas, personas con discapacidad, personas mayores y de las infancias, ha estado completamente asignado a las mujeres de la familia. Y es que desde la lógica heterosexual existen dos roles: el del hombre que sale a trabajar y el de la mujer que se queda en casa a cocinar y cuidar de las y los niños. El problema de esta lógica es que conlleva prácticas de opresión hacia las mujeres que limita otros saberes y oportunidades de crecimiento, además de que es un trabajo muy poco reconocido y cuando la pareja asuma siempre lo hace desde la perspectiva de la ayuda “yo ayudo a mi esposa con los niños, yo ayudo a mi pareja con lavar los trastes” pero nunca como una responsabilidad compartida.
Esto, además del impacto que tiene en la economía global, el trabajo no remunerado y provocando que la brecha salarial aumente, y en los casos donde las mujeres llegan a ejercer trabajo salarial fuera de casa, la responsabilidad de tener que hacerse cargo del trabajo doméstico impuesta la lleva a desarrollar la doble faena. Es decir, no por salir de casa y tener un trabajo de otra índole, la exime de asumir y/o le da la oportunidad de compartir con su pareja u otros integrantes varones de la familia los cuidados.
De acuerdo con el reciente informe de Oxfam sobre “Los cuidados en América Latina y el Caribe, entre la crisis y las redes comunitarias”, la participación de las mujeres en el mercado laboral y la vida pública va a depender casi siempre de la capacidad económica y recursos para la creación de estrategias de cuidado de cada familia. Es decir, los hogares con ingresos medios y altos cuentan con una mayor capacidad para contratar servicios de cuidado, en la mayoría de los casos, estos servicios son ofrecidos por mujeres de bajos recursos. Al final, las mujeres de bajos recursos son las que van a terminar padeciendo la desigualdad y esto, sumado a la inexistencia de políticas públicas y de un Sistema Integral de Cuidados, impide que la brecha entre las familias que pueden pagar este servicio y las que no, sea menor y en consecuencia, las desigualdades se profundicen aún más.
Necesitamos, como sociedad, como familias que la integran, entender que el bienestar de éstas es un trabajo de corresponsabilidad y, así como la incorporación de las mujeres a la vida laboral ha sido un impacto benéfico en la economía, lo será también la distribución de sus labores y de sus cuidados.