Melilla y San Antonio

JUSTA MEDIANÍA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Dos sucesos desgarradores ocuparon los espacios de los medios de comunicación en días recientes. Ambos describen la crisis por la que atraviesan distintos puntos de nuestro planeta, que obligan a sus habitantes a migrar arriesgando la vida, y desafortunadamente, perdiéndola.

Dos ciudades, San Antonio, en Estados Unidos, y Melilla, en territorio español. Ambas ubicadas en una región fronteriza. La primera en la colindancia entre México y Estados Unidos, la segunda entre Marruecos y España, en el continente africano.

En la primera 53 personas perdieron la vida y 16 fueron hospitalizadas, al permanecer hacinadas demasiado tiempo dentro de la caja de un tráiler. En la segunda, 23 personas murieron y más de 200 sufrieron lesiones.

Ambas tragedias resultado de un esfuerzo por migrar, por dejar el territorio de origen a causa de la falta de seguridad y bienestar. Éstos son sólo dos casos de miles que se han registrado en distintas fronteras del planeta. Son muy pocos los seres humanos que migran por gusto, la gran mayoría lo hacen obligados por las condiciones en las que viven.

Las fronteras se han endurecido y con ello se ha incrementado la dificultad para cruzar a otro territorio. Con ello, los migrantes han tenido que buscar diversas formas para lograr su objetivo, incrementando el riesgo de morir. La respuesta de las autoridades, predecible, lógica y automática, sigue el mismo patrón, endurecer los protocolos para evitar los cruces de migrantes.

Sin embargo, detengámonos un momento a reflexionar lo siguiente. Obra en distintos libros, estudios y testimonios, que en específico en la frontera que divide nuestro país con el vecino del norte, solía darse un fenómeno interesante que a continuación describo: hace algunas décadas, la frontera carecía de controles estrictos, así que nuestros paisanos cruzaban al otro lado a trabajar por temporadas, teniendo facilidad de volver a sus comunidades de origen, lo que les permitía traer prosperidad sin deseos o necesidad de permanecer en Estados Unidos. Es decir, iban, trabajaban, producían y volvían, así año con año. Cuando la frontera comenzó a cerrarse, la idea de migrar definitivamente y con toda la familia se reprodujo. Lo que pasó después es historia de todos conocida. Pareciera entonces que, fronteras más estrictas producen mayor migración ilegal, con el enorme peligro que intentar sortearlas significa.

El Gobierno de México acierta exportando sus programas sociales a los países centroamericanos expulsores de migrantes; acierta también promoviendo la inversión por parte de Estados Unidos en esas mismas naciones. Quien vive con bienestar no piensa en migrar y para alcanzarlo es necesario garantizar seguridad y trabajo.

Es urgente fortalecer los mecanismos existentes de migración regular, ordenada y segura, y crear nuevos. Los migrantes traen enormes beneficios a las naciones a las que migran, gracias al valor de su trabajo y la productividad que inyectan a esas economías. Encontrar esquemas para que ellos puedan migrar sin riesgo, brindando beneficios y obteniendo lo necesario para vivir con un piso mínimo de bienestar debe ser el objetivo central de las políticas migratorias de fronteras como las de San Antonio y Melilla. Toda mi solidaridad con los millones de personas que emprenden ese viaje de peligro e incertidumbre.

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