Entre la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI, varios países latinoamericanos vivieron avances de la reelección presidencial en sus sistemas políticos. En Perú con Alberto Fujimori y en Colombia con Álvaro Uribe fue evidente. La más clara entronización de la perpetuidad de jefes de Estado en el poder se produjo, sin embargo, dentro del bloque bolivariano en la segunda mitad del decenio del 2000.
La reelección indefinida se estableció, constitucionalmente, con Hugo Chávez en Venezuela y con Daniel Ortega en Nicaragua. Intentó establecerse también en Ecuador y Bolivia, pero no se logró por razones diversas. Aquella apuesta por el reeleccionismo tuvo como raíz un impulso autoritario, dependiente del carisma del líder, que contrariaba elementos propios del llamado “nuevo constitucionalismo” como la dimensión comunitaria o la búsqueda de horizontalidad en la administración regional.
La idea del “gendarme necesario” o el “cesarismo democrático” es de larga data en el autoritarismo latinoamericano, especialmente en el Caribe. Discursivamente, aquellos gobiernos no la justificaban con Laureano Vallenilla Lanz o cualquier otro teórico de las dictaduras del siglo XX sino con las tesis sobre la presidencia vitalicia de Simón Bolívar, que también fue una fuente de los autoritarismos y militarismos conservadores y derechistas desde el siglo XIX.
En Chile no existe la reelección continua sino la discontinua. Durante los debates del actual constituyente, se llegó a considerar la posibilidad de la reelección por un periodo más, pero se produjo una votación unánime a favor de que el
presidente del cuatrienio 2022-2026 no pueda reelegirse. El joven presidente electo, Gabriel Boric, declaró inmediatamente que le parecía correcta la decisión. De manera que Boric dejará el gobierno dos años después de AMLO
Otro referente, más práctico que doctrinal, de ese reeleccionismo fue la figura de Fidel Castro, mentor de varios de aquellos gobernantes. Si Castro, el patriarca de las revoluciones de la Guerra Fría, había gobernado casi 50 años y dejó de hacerlo cuando se enfermó, por qué no habrían de intentarlo sus discípulos, en pleno siglo XXI. La muerte de Chávez y Castro, la sucesión presidencial en Ecuador y el golpe de Estado en Bolivia, contuvieron aquella tendencia reeleccionista.
Por disímiles factores, los nuevos gobiernos de la izquierda real en América Latina descartan la reelección indefinida y a lo sumo contemplan un segundo mandato. En México ya está en curso una sucesión presidencial adelantada, que evidentemente se relaciona con el intento de crear una hegemonía transexenal, no dependiente de la figura de López Obrador. Las tentaciones plebiscitarias de AMLO, por lo visto, no desembocaron en la alteración de dos mecanismos tradicionales del sistema político postrevolucionario: el sexenio y la no reelección.
En Chile no existe la reelección continua sino la discontinua. Durante los debates del actual constituyente, se llegó a considerar la posibilidad de la reelección por un periodo más, pero se produjo una votación unánime a favor de que el presidente del cuatrienio 2022-2026 no pueda reelegirse. El joven presidente electo, Gabriel Boric, declaró inmediatamente que le parecía correcta la decisión. De manera que Boric dejará el gobierno dos años después de AMLO.
Otro referente, más práctico que doctrinal, de ese reeleccionismo fue la figura de Fidel Castro, mentor de varios de aquellos gobernantes. Si Castro, el patriarca de las revoluciones de la Guerra Fría, había gobernado casi 50 años y dejó de hacerlo cuando se enfermó, por qué no habrían de intentarlo sus discípulos, en pleno siglo XXI. La muerte de Chávez y Castro, la sucesión presidencial en Ecuador
y el golpe de Estado en Bolivia, contuvieron aquella tendencia reeleccionista
En Colombia, en 2015, como reacción paralela al reeleccionismo de Uribe y Santos y al modelo de reelección indefinida de Hugo Chávez, se estableció la no reelección. Gustavo Petro sólo podrá gobernar, como Boric, hasta 2026. Lo mismo como candidato que como presidente electo, Petro ha reiterado que se prepara para un periodo de cuatro años.
En Brasil, en cambio, sí existe la reelección por un periodo, de ahí que Jair Boslonaro busque un segundo mandato. Si gana, no podría aspirar a un tercero. Su principal rival, Lula da Silva, sea por su avanzada edad, por contagio de la tendencia anti-reeleccionista o por su deseo de reconstruir la hegemonía de la izquierda en Brasil, ha dicho también que sólo gobernará cuatro años.
El declive del reeleccionismo en América Latina, especialmente en el campo de la izquierda, responde a muchas causas. Pero una de ellas es el rechazo creciente, raras veces declarado, al esquema caudillista promovido por Cuba, Venezuela y Nicaragua en las dos últimas décadas.