Inmediatamente después de los minutos de atención que Joe Biden le dio a López Obrador en Washington la semana pasada, el presidente de Estados Unidos salió con rumbo a uno de los desafíos geopolíticos más complejos para su gobierno: el Oriente Medio. Además de los múltiples equilibrios de poder trastocados en esta región, la visita de Biden mostró que a la condena hecha hace unos años al régimen saudí por el asesinato atroz de un periodista se la llevó el viento y el régimen de Arabia Saudita puede seguir viviendo en la impunidad.
Hay que recordar que el asesinato del periodista de The Washington Post, Jamal Khashoggi, fue uno de los casos más grotescos de violencia de un régimen autoritario contra sus críticos. El 2 de octubre de 2008, Khashoggi acudió al consulado de Arabia Saudita en Turquía para realizar un trámite, pero nunca salió del edificio gubernamental, pues funcionarios saudíes lo asesinaron y destazaron ahí mismo. Las actividades críticas del periodista contra el régimen de Riad eran conocidas públicamente, así como la incomodidad que las mismas provocaban en la familia real. Precisamente por ello, cuando tiempo después el tema surgió alrededor de la campaña presidencial estadounidense, Biden hizo una declaración contundente, pero desafortunada a la vuelta de los años, pues dijo: “no vamos a venderles más armas a ellos, de hecho, vamos a hacerles pagar el precio y convertirlos en el paria que son”.
Anticipando las críticas que vendrían al planear que su primera parada sería en las tierras del príncipe heredero, Mohammed bin Salman, Joe Biden publicó una columna de opinión en el propio Washington Post diciendo: “Yo sé que muchos no están de acuerdo con mi decisión de ir a Arabia Saudita. (…) Mis opiniones sobre los derechos humanos son claras y continúan, las libertades fundamentales están siempre en la agenda cuando viajo”. Sin embargo, la mera fotografía del saludo frío, pero respetuoso, así como la posterior convivencia más relajada entre ambos políticos, es un balde de agua fría para todos los que creyeron que las palabras de Biden hace unos años podrían llevar a una situación diferente.
La realpolitik se ha hecho presente, pues a pesar de que el régimen saudí mantiene una estrecha colaboración con Estados Unidos desde al menos los años cuarenta y de su dependencia debido a la compra de armas, han sabido jugar una posición que incluso ha contravenido a la de Estados Unidos. Por ejemplo, el gobierno saudí se resistió y peleó contra el despliegue de casi 500 mil soldados norteamericanos durante la primera Guerra del Golfo. Y durante la invasión de Afganistán, los saudíes tampoco dejaron que las fuerzas estadounidenses usaran su territorio para llevar a cabo operaciones. Esta posición también se mantiene en el actual conflicto entre Rusia y Ucrania, pues los saudíes no se han sumado a las múltiples condenas y acciones que el bloque de países de la OTAN han impulsado. En el extremo, ni siquiera se han unido a la condena contra la guerra. El alza de precios de petróleo todavía les da un margen de maniobra adicional. En estas circunstancias, Biden podrá condenar al régimen todo lo que quiera en palabras, pero en los hechos, ha tenido que secundar la impunidad de otro régimen que asesina periodistas.