Desde hace ya varios años, circula en redes y chats la imagen de Vladimir Putin, presidente de Rusia, cabalgando un oso que atraviesa un río rodeado de árboles. Si bien, claramente se trata de un montaje (y un meme), el presidente ruso ha impulsado, por lo menos desde el 2000, una campaña en donde se le ve practicando artes marciales, sedando tigres o piloteando cazas supersónicos. Su estrategia mediática radicaba en mostrarse como un súper héroe ultra masculino en donde la violencia, de una u otra forma, siempre estaba presente.
De vez en vez, uno se encuentra el despliegue de la violencia como un atributo de hombría, valentía y masculinidad. Así, en redes sociales uno puede encontrarse con jóvenes mostrando cuernos de chivo, pistolas, cuchillos, o videos caseros en los que se muestran golpizas a manera de entretenimiento. No es nada nuevo, sino el aterrizaje en un mundo que se entretiene de manera cada vez más frecuente con contenido creado por cada vez más personas y con sus propios medios, de una industria del entretenimiento que se ha alimentado de la adicción por la violencia estridente.
Esta adicción por la violencia se ha reflejado en la popularidad y en el auge de una narrativa nacional e internacional, en donde los protagonistas principales son soldados, narcotraficantes, capos, mafias que cometen delitos de toda índole. Esta narrativa ha inundado el cine, la televisión, las series, la literatura y se combina diariamente con las noticias de la realidad diaria publicada en periódicos, transmitida en noticieros, difundida en redes sociales.
Las reacciones son muy variadas, pero es una realidad que existe un público, no menor, que se alimenta activamente de esta información, más que para informarse, para entretenerse. Es como si existiera en ciertas personas, no pocas, un interés no genuino, sino morboso, de sentarse a ver el mundo arder. Los últimos años no han hecho más que saciar esta sed de violencia y fatalismo en donde, por ejemplo, un potencial conflicto bélico entre Rusia y China se mira más con curiosidad que con preocupación.
Mucho se ha estudiado el efecto positivo que tienen las guerras en la popularidad de los presidentes, y cómo se utilizan para conseguir unidad en ciertos estados, además de crecimiento económico. Estos efectos se han desbordado, porque ahora la guerra y su violoencia no sólo es bélica, política y económica, es ultra-mediática. De suerte que mientras que en el conflicto entre Ucrania y Rusia no existe un número certero del número de soldados muertos, ni una dimensión real del impacto del conflicto, en los medios y redes se enfrentan como si fuera una película con triste final y como legado para la posteridad, el súper héroe violento montado en un oso, contra la violencia glamurosa y valiente de los Zelensky en Vogue.