¿Están obligados los gobernantes a decir la verdad a sus gobernados? En La República, texto fundacional de la filosofía política occidental, Platón se ocupó del tema de las nobles mentiras, que son mentiras que los gobernantes pueden contar para propiciar el bien común.
Platón parte del supuesto de que el pueblo llano no sabe lo que es bueno para él que, por lo mismo, debe ser gobernado por reyes filósofos. La democracia, según Platón, no es el mejor régimen político.
Recordemos el mito de la caverna, que plantea Platón en esa misma obra. Los seres humanos son como esclavos encadenados dentro de una caverna, en la que observan sombras que toman por las realidades del mundo. Sólo unas pocas personas pueden romper sus cadenas, salir al exterior y ver el mundo real con la luz del sol. Sin embargo, Platón pensaba que no todos los esclavos dentro de la caverna podrían romper sus cadenas. El filósofo que retorna a la caverna debe encontrar la manera de que esos seres humanos que viven bajo el engaño de los sentidos y de la opinión, logren, de todas maneras, alcanzar lo más parecido a una vida buena. Se trata, por lo mismo, de una posición paternalista, semejante a la que los adultos adoptan con los niños pequeños.
Se supone que los padres pueden e incluso deben mentir a sus hijos por su propio bien, aunque los hijos no puedan jamás mentir a los padres. Esta regla asimétrica normalmente se plantea para las relaciones entre autoridades y subordinados, ya sean patrones y empleados, maestros y alumnos u oficiales y soldados.
Hoy en día, nuestra concepción de la política ya no tolera la regla asimétrica de la mentira. La verdad se exige a todos. Se ha rechazado la desigualdad que justifica la regla. Lo que ahora se arguye es que por buena que haya sido la intención del gobernante cuando le mintió al pueblo, éste tiene derecho de reclamarle de que se se le hubiera mentido, incluso si los resultados de esa mentira hubiesen sido positivos, al grado de haber salvado vidas o de haber impedido el pánico o de haber frenado el caos.
Nuestras intuiciones ya no son las de Platón. No aceptamos que haya mentiras nobles en el campo de la política. Ahora exigimos que los gobernantes digan la verdad en todo momento, cualquiera que sea el resultado de ello. Es más, ni siquiera se piensa que en el caso de los hijos sea correcto mentirles a ultranza, incluso si las mentiras generan, en el corto plazo, mejores resultados que decirles la verdad.
La democracia supone que todos somos iguales, que todos podemos romper las cadenas que nos atan a la ignorancia y al engaño, y que todos somos capaces de conocer el mundo real, iluminado por la luz del sol.