Desde un punto de vista institucional, la historia política y jurídica de América Latina y el Caribe, en las últimas cuatro décadas, ha sido de las más continuas que registra la experiencia moderna de la región. En la mayoría de los países ha predominado un régimen pluripartidista, representativo, con división y alternancia en el poder.
La calidad de esas democracias ha sido generalmente baja, pero en muy pocos países se ha visto abandonada por modalidades autoritarias. Cuando eso ha sucedido, como en Venezuela o Nicaragua, el giro autoritario ha debido salirse del cauce democrático establecido en sus respectivas constituciones: la nicaragüense de 1987 y la venezolana de 1999.
El malestar que produce esa continuidad democrática se libera, con frecuencia, a través de conatos de refundación política, que no remueven realmente las bases jurídicas e institucionales del orden establecido. En la primera década del siglo XXI, eso fue lo que sucedió con las autodenominadas “revoluciones” bolivariana en Venezuela, ciudadana en Ecuador y plurinacional en Bolivia.
La más genuina y profunda de aquellas transformaciones, la boliviana, fue, curiosamente, la que menos recurrió al tópico de la “revolución”. Sin embargo, el tránsito al Estado plurinacional en ese país andino tampoco removió, del todo, las bases liberales, republicanas y democráticas, que heredaron el gobierno del MAS y Evo Morales en 2006.
A falta de rupturas severas, los gobiernos latinoamericanos y caribeños recurren al discurso de la refundación. Todos los proyectos bolivarianos, incluido el cubano, apelan a la idea de la refundación. Son famosas las expresiones de Fidel Castro al estilo de “ahora sí vamos a construir el socialismo”, variante retórica que, en los últimos años, ha reaparecido en boca de Raúl Castro o Miguel Díaz-Canel.
Pero el síndrome de la refundación no sólo emerge en gobiernos de izquierda. Líderes como Jair Bolsonaro en Brasil o Nayib Bukele en El Salvador han hablado de refundar sus respectivas repúblicas. El primero aprovechó el reciente bicentenario de la independencia brasileña para llamar al renacimiento de la nación, poniendo fin a la “corrupción” inherente a los gobiernos del PT. El segundo imagina su gobierno como un despertar, que deja atrás la violencia y el caos en el país centroamericano.
A veces el proyecto de refundación se atora, como acaba de suceder en Chile, donde el presidente Gabriel Boric utilizó, textualmente, el mismo término. Buena parte de la oposición al nuevo texto constitucional se movilizó contra la lógica refundacional de la coalición gobernante, a pesar de que el propio Boric insistió en que no había mayor diferencia entre refundar y reformar.
Otras veces, como en México, el saldo de la refundación no pasa la prueba del tiempo. No basta con declararla cada mañana: es preciso que el cambio de régimen se produzca y se verifique en las leyes e instituciones del nuevo Estado.