El miedo de Septiembre

DESDE LAS CLOACAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Hoy hace cinco años, después del simulacro vino la tragedia, pero también sobrevino el resurgimiento de una sociedad que estaba adormecida y al mismo tiempo dividida.

Estaba en un décimo piso, como siempre, escuchando de los trinquetes y artimañas de algunos políticos mexicanos, cuando comenzó a moverse todo: caras pálidas, algunos gritos, uno que otro empujón, desesperación, etcétera. Fatal coincidencia, nuevamente un 19 de septiembre —justo cómo aquel terremoto de 1985— esta vez de 2017.

Después del movimiento telúrico, sentí que la Ciudad de México no volvería a ser la misma. Desde lo alto de ese edificio, vi algunas nubes de polvo que se levantaban en distintos puntos de la gran urbe.

Salí a las calles colapsadas de Polanco y mi primer instinto fue el de caminar hacia algún lado donde se necesitara ayuda, pero era imposible moverse. Desde ese momento, comencé a ver la solidaridad de las personas.

Un motociclista me vio caminar y se acercó a ofrecerme ayuda. “Voy a Reforma ¿te queda?” y entonces me dio un aventón. No me preguntó si era yo de izquierda ó de derecha, si simpatizaba con uno u otro personaje político, sólo me ofreció su ayuda porque sabía que la necesitaba.

Ya en la colonia Juárez y ante la alerta de una fuga de gas, pidieron que todos los automovilistas y motociclistas apagaran sus motores. Ahí me dejó aquel buen hombre —llamado Javier— y caminé por la Zona Rosa hasta llegar a la colonia Roma.

Pasé entre otros capitalinos que deambulaban por las calles de la ciudad intentando llegar a sus casas, con su gente, con sus familias.

Llegué entonces a Álvaro Obregón 286. Éste fue uno de los edificios que colapsó y que seguro fue uno de los que vi desde el piso 10 donde me encontraba cuando la tierra comenzó a moverse. Aún puedo recordar cómo un joven médico, acompañado de otro que apenas hacía sus prácticas profesionales, dejó a un lado sus ganas de irse a casa y comenzó a ayudar a los heridos.

No está de más decir que la corrupción fue, nuevamente, la villana de éste y de muchos derrumbes aquel día. Y es que, se supo unas horas después, que el edificio contaba con tres pisos extra y losas más pesadas de lo permitido en la norma.

El rescate duró semanas, casi un mes. En total, fueron 3 mil familias afectadas, ocurrieron 27 milagros —personas que fueron rescatadas entre los escombros— y lamentablemente 49 murieron a causa de la fuerza de la naturaleza y de la corrupción que impera en la CDMX en el tema inmobiliario.

Cientos de rescatistas participaron en las labores, incluyendo a los equipos caninos, y más de mil voluntarios los asistieron durante las semanas que duraron los trabajos.

Por supuesto, no faltó la politiquería, las declaraciones desafortunadas, la persecución de funcionarios, las promesas de ayuda y todas esas vilezas que ya conocemos muy bien y que se presentan siempre después de las tragedias y durante las campañas.

Dice la ciencia que no se puede predecir un sismo, pero lo que probablemente sí podamos predecir es lo que viene después. La clase política sacando “raja” de los desastres y lucrando con el dolor. Yo me quedo con la sociedad que se solidariza, que ayuda, que rescata y que se olvida de las divisiones políticas. Para ellos mi pensamiento hoy y siempre.

Basta por hoy, pero el próximo lunes… regresaréeeeeeeee!

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