A los niños les decimos: “Prueba y, si no te gusta, ya no te doy más. Pero tienes que probar”. Trátese de coliflor cruda o cocida, de sopa aguada o seca, de proteínas animales o vegetales.
Pero esta regla no se le puede exigir por la fuerza a los adultos remilgosos. Ofrézcasele un refinado platillo iraní a base de plantas a alguna persona zafia, grosera, maleducada y ésta será capaz de negarse a probar, haciendo caras de protesta por la ausencia de carne. O un cheesecake hecho con tofu y té verde molido (matcha). Aunque el susodicho esté en tu casa, invitado a tu cumpleaños. Aunque por la mañana él haya desayunado huevos con tocino y no necesite ingerir en el día más vitamina B12 con colesterol. Aunque te haya costado tanto localizar al único refugiado iraní que cocina para sobrevivir en la Ciudad de México o a la famosa repostera japonesa que, gracias a su intolerancia a la lactosa (como la de tantos asiáticos), ha convertido su afección en un arte.
La verdad, patanerías de ese calibre las he presenciado pocas veces (la mayoría de mis amigos son gente sabia y madura), pero han ocurrido. Me ha pasado que no prueben o que prueben y luego difundan en sus redes sociales: “Me invitaron a una cena vegana y el pastel de tofu no estaba rico #SorryNotSorry!”. Suponiendo que quien escribió eso (el caso es real) fuese sincera, ¿por qué no narra también en Twitter o en Facebook cada vez que un platillo es insípido, demasiado salado o tiene un ingrediente desagradable? Porque sería frívolo, como su queja contra el pastel de tofu. La intención, estoy seguro, era protestar contra la cocina vegana, es decir, preparada sin productos animales. El objetivo era avanzar la idea conservadora de que existe el derecho humano a comer productos animales tres veces al día.
Y no hablo de amigos que tienen una enfermedad del aparato digestivo (son celiacos, por ejemplo) y deben comer carne, sí o sí. Tampoco a los texanos y neoleoneses cultos, conscientes de una inflexibilidad culinaria que no pueden superar. Estas personas suelen llevar su vida sin hacer groserías, sin atacar el tremendo esfuerzo que, avalado por la ONU, trata de hacer sostenible al sistema alimentario mundial. Porque si todos comiéramos carne como argentinos, necesitaríamos 7 planetas Tierra. Este último hecho nos lleva a buscar alternativas a los cortes de vaca.
El colmo es lanzarse contra quienes están dispuestos a dar el primer paso. Juan se sacrifica y abandona el pozole con carne. Lo mínimo que podemos hacer es aplaudirle, no reclamarle que siga llamando pozole al sustituto.
Frente al berrinche egoísta de los carnívoros que creen tener derechos de autor sobre el lenguaje gastronómico, una empresa ha recurrido a la frase “más allá”. Su marca de hamburguesas de proteína de chícharo, arroz y frijol mungo, cuidadosamente condimentadas para saborearse como las originales, se llama Beyond Meat y están en los mismos refrigeradores que los cortes vacunos. Y no, la empresa no me patrocina.