“El campo es para los pajaritos”
Visión del Gobierno de México
El primer antecedente en México de la creación de una entidad de gobierno que atendiera las actividades del campo, es del año 1842, en que Nicolás Bravo, presidente en ese entonces, crea la Dirección General de Industria, que se encargaba, entre otras cosas, de las funciones relacionadas con el fomento agropecuario.
La institución sufrió modificaciones positivas en 1853, en 1917, después en 1934 hasta que, en el año 1946, el Presidente Miguel Alemán anuncia la creación de la Secretaría de Agricultura y Ganadería. A partir de entonces, la secretaría ha tenido diferentes nombres, pero conservado su esencia y función original hasta ahora, en que este Gobierno, sin decirlo abiertamente, o con explicación de por medio, decreta su extinción.
Durante 180 años de funcionamiento, su estructura evidentemente ha sufrido cambios, se le han restado funciones, después regresado, quitado subsecretarías y luego repuestas, pero siempre ha sido parte fundamental del desarrollo del campo de México, en donde se produce la comida que todos consumimos.
“La secretaría”, como la conocemos todos, era una institución querida, respetada, con vicios, hubiera sido un milagro que después de 180 años no los tuviera, pero funcional, con servidores públicos de excelencia en muchos casos, verdaderamente preocupados por el desarrollo agropecuario de México, que entendían que somos un país eminentemente rural y que al sector había que cuidarlo.
Adquiere su estatus de invisibilidad hace 4 años más o menos, una modalidad desconocida hasta la llegada de la 4T, que cuando en campaña prometió que al campo “se le atendería como nunca antes en la historia”, y sí, nos atendieron y recetaron una muy amarga medicina. Prácticamente todas las labores y responsabilidades sustantivas de la secretaría han desaparecido, los empleados se fueron al retiro y de lo poco que quedaba en funciones era la parte de la sanidad, la que conocemos como Senasica, por cierto, México era reconocido en el mundo como un país de extraordinarios protocolos, de inflexibles sanitaristas y guardianes celosos de un bien común de invaluable importancia, la salud de los mexicanos.
Hoy se decide que no es necesario revisar los productos agropecuarios de importación, que ahora entrarán al país sin revisión, confiando exclusivamente en la “buena fe” de los importadores. La única “buena fe” que recuerdo, es una cantina en el sur de la Ciudad de México.
Mala tos tiene María, abrimos nuestras fronteras a productos extranjeros, a la carne argentina, entre otras cosas, con el argumento neoliberal de estabilizar los precios al abrir la competencia en el mercado mexicano, dando como razón que el pueblo tiene derecho a comer carne barata, aunque sea de desecho, sin pensar que se pongan en juego las condiciones sanitarias que hasta hoy nos permiten exportar a nuestro socio comercial más importante, y que muy probablemente reaccionará a la iniciativa de no muy buena forma y, de paso, apurando la desaparición de miles de ganaderos que enfrentarán competencia desleal, producto del dumping argentino.
El peso político del sector es nulo y los organismos gremiales que lo conforman están perdidos, no tienen credibilidad o autoridad, ni siquiera entre sus agremiados. Sus tibias cartas al secretario de Agricultura, rogando que los atienda o al menos escuche, es lo que se les ocurre para defender el único argumento que le quedaba a la agricultura y ganadería mexicanas, para seguir exportando y sobreviviendo. El campo mexicano es invisible, nadie lo ve, y lo peor es que parecería que a nadie le importa.