Vaya verano convulso ha experimentado el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Apenas el 7 de julio se dio a conocer la renuncia del entonces primer ministro, Boris Johnson, envuelto en una serie de escándalos y malas decisiones que pusieron fin a su mandato.
Las semanas siguientes se dio un intenso proceso de consultas y decisiones dentro del Partido Conservador, que condujeron a la selección como sucesora en el cargo a Liz Truss, quien inició su mandato el 6 de septiembre como la tercera mujer al frente del gobierno británico, tras las también tories Margaret Thatcher y Theresa May.
Tan sólo dos días después, falleció la reina Isabel II y, con ello, vendría el cierre de una larga etapa de la historia británica. En ese contexto, Liz Truss será recordada como la última persona (de 14) a quien la longeva monarca confirió la tarea de conformar un gobierno, así como por representar a éste en los funerales de Estado. Pero, también, por el muy dudoso honor de haber encabezado la más breve gestión en la historia británica (hasta se hizo famoso el haber perdido el desafío de sobrevivir ¡a una lechuga!) y, probablemente, también la más caótica y desastrosa mientras duró. En unos cuantos días, pocas pésimas decisiones: un demagógico y mal diagnosticado programa de reducción de impuestos, llevó al desplome de la Bolsa de Londres, a un derrumbe histórico de la libra esterlina, en su cotización frente al dólar, y a las renuncias de dos ministros.
Fue francamente delirante que el propio Boris Johnson llegara a figurar como una alternativa para encabezar nuevamente al partido y al gobierno. Finalmente, el sentido común se impuso y el liderazgo conservador se decantó por Rishi Sunak. Su designación es histórica por diversos motivos: será, con sus 42 años, uno de los primeros ministros más jóvenes en acceder al cargo —sin llegar al extremo de William Pitt (apodado El Joven), quien llegó a los 24 años de edad—; se calcula que su fortuna familiar es prácticamente del doble que la del rey Carlos III —una gran rareza—; y se trata del primer inquilino del número 10 de Downing Street, integrante de una minoría étnica (indio) y religiosa (hindú), aunque no olvidemos que ya en el siglo XIX Benjamin Disraeli, de ascendencia judía sefardí, había presidido el gobierno británico por encargo de la reina Victoria.
Los desafíos para Sunak son los mismos que enfrentó Truss, pero agravados: una economía al borde de la recesión, una inflación superior al 10% y un déficit público de alrededor del 8% del PIB; la proliferación de protestas y huelgas; la inminente llegada de un duro invierno marcado por la crisis energética y la guerra rusa en Ucrania; el creciente descontento por el Brexit, las renovadas intenciones independentistas de Escocia e Irlanda del Norte, y el discurso separatista de algunos de los países de la Commonwealth; las fisuras en el Partido Conservador, tras la caída de dos primeros ministros con semanas de diferencia; y, por último, la férrea oposición de un Partido Laborista que —con razón— pone énfasis en que, tras 12 años de gobiernos conservadores, la opinión pública británica está agotada y harta de los tories y exige el llamado a elecciones anticipadas —sin esperar a finales de 2024 o principios de 2025, cuando están programadas las siguientes elecciones generales—, algo que se ve sumamente difícil que se les conceda, dado que las encuestas le dan hasta 30 puntos de desventaja al partido hoy gobernante. En fin, una muy compleja agenda para sacar al Reino Unido de la más severa crisis que haya experimentado en varias décadas.