Brasil, Estados Unidos e Israel van a las urnas en el ambiente más polarizado de las últimas décadas

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La próxima semana se celebrarán tres elecciones que definirán el rumbo de países y regiones enteros: la elección presidencial en Brasil, las elecciones al Congreso estadounidense y las elecciones para definir quién será el primer ministro de Israel.

A pesar de que cientos de kilómetros separan a los tres países, y de que los temas y electorados en éstos parecen a primera vista completamente distintos, en los tres casos se puede observar un fenómeno que en los últimos años se ha vuelto una constante en más y más países: la división del electorado en dos campos prácticamente iguales en fuerza, cuyas visiones se han vuelto tan diferentes que es imposible pensar que, después de las elecciones, puedan construir consensos. Aunque es verdad que la polarización siempre ha sido un elemento de los sistemas políticos democráticos, en los últimos años, en especial con el ascenso de líderes populistas de derecha como Bolsonaro en Brasil, Trump en Estados Unidos y Netanyahu en Israel, las divisiones sociales se han tornado mucho más profundas. Estas tres figuras, hombres carismáticos y populares, que se han convertido en una especie de culto político, son tan controvertidas que se ha vuelto casi inimaginable pensar que alguno de sus votantes pudiera tornarse en su contra y votar por el campo opuesto.

De estos tres países, el caso más extremo es el de Israel, en donde las últimas cuatro elecciones (en menos de dos años) han arrojado exactamente el mismo resultado, un parlamento dividido casi perfectamente a la mitad, entre dos campos que se niegan rotundamente a negociar para lograr un gobierno de coalición que pudiera sacar al país de la parálisis política. Los votantes israelíes que irán a las urnas la próxima semana tienen sólo una pregunta en mente ¿Netanyahu o no Netanyahu? El caso estadounidense es similar. Por décadas republicanos y demócratas lograron ciertos consensos para avanzar leyes, aunque los Poderes Ejecutivo y Legislativo estuvieran divididos; además de que una buena parte de los votantes estadounidenses eran independientes, y podían cambiar el partido de su elección, dependiendo del contexto político. En 2016, miles de votantes blancos que no viven en las ciudades, y que tradicionalmente habían apoyado al Partido Demócrata (incluyendo al presidente Obama), votaron por Trump y el Partido Republicano. Éste fue quizás el único gran cambio del electorado que veremos en los próximos años. Hoy en día, las diferencias entre los partidos son tan profundas, y la figura de Trump tan controvertida, que es casi imposible pensar en cambios de opinión de gran magnitud, dándole a los pocos votantes independientes que quedan el poder de decidir la próxima elección.

La sociedad brasileña, por último, está también profundamente dividida. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en Israel y Estados Unidos, una considerable parte del electorado, después de sufrir las consecuencias del fracaso económico, sanitario y ambiental de la presidencia de Bolsonaro, se ha pasado al campo opuesto, dándole a Lula la delantera en la carrera. Sin embargo, el hecho de que la elección sea tan cerrada, a pesar de la impopularidad de Bolsonaro, nos habla de una nueva etapa para los regímenes democráticos, en donde la división de las sociedades en dos partes casi iguales augura parálisis e inestabilidad política.

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