El caso Abner y el derecho a la verdad

LAS BATALLAS

Francisco Reséndiz*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Un padre jamás debería vivir para sepultar a su hijo, bajo ninguna circunstancia. Cuando la tragedia arrebata a un hijo de los brazos de sus padres el dolor es inconmensurable, no hay forma de describir el vacío, la impotencia, la indignación, la rabia que queda… es el caso del pequeño Abner.

La muerte de este niño de seis años durante su clase de natación llama a la reflexión sobre varias cosas: la posición del Colegio Williams, la reacción de los padres, el papel de los medios de comunicación y las redes sociales, la respuesta de las autoridades educativas y de procuración de justicia y la ola de opinión pública que se generó.

En realidad, de esta tragedia se sabe muy poco y lo poco que se sabe abre la puerta a la confusión, la especulación y al mismo tiempo a la indignación social:

Un niño de 6 años que tenía un problema cardiaco —y estaba monitoreado por sus padres y su médico—, acudía a una escuela privada y tenía clase de natación a la cual no quería asistir… esos son los hechos sólidos.

De lo sucedido en la alberca del plantel San Jerónimo la mañana del 7 de noviembre es confuso.

Se sabe que en uno de los videos analizados por la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México se ve a un niño en un carril de nado, de repente suelta la tabla a la que iba sujeto, se aferra a la división, luego se hunde por un instante y una mujer se lanza para sacarlo del agua.

Entre estos datos sueltos está también el que el pequeño se desvaneció, tenía signos vitales y se le dio atención, se dio aviso a los papás e hicieron una videollamada con su cardiólogo y este dio indicaciones, trataron de reanimarlo con el apoyo de una enfermera o una maestra, no está claro y se llamó a una ambulancia para llevarlo a un hospital, no se sabe si murió en el traslado o en el centro hospitalario.

Los padres acusaron negligencia y sostienen que el niño murió ahogado durante la clase de natación —su respaldo es un acta de defunción que señala que la causa de muerte fue “asfixia por sumersión”—, afirman que se les ocultó información y que trataron de eludir el tema con el argumento de que fue un accidente.

Y sí, los padres fueron al plantel y pidieron una explicación y al no ser atendidos como esperaban detonaron el caso primero en redes sociales, donde de manera orgánica se volvió viral; bloquearon avenida Patriotismo, llegaron reporteros de medios corporativos y digitales y se generó una ola de opinión pública contra el Colegio.

El Williams, ante la ola de indignación social, potenciada en redes sociales, y que dio origen a fake news, emitió el 8 de noviembre una posición en la que lamentó el hecho, declaró tres días de duelo y se declaró en disposición total para colaborar con las autoridades.

Hasta aquí un resumen de lo que se sabe. Ahora lo que toca es garantizar a Abner y a sus papás, pero también al propio Colegio, el derecho a la verdad. Que se conozca a detalle qué pasó esa mañana en la alberca del plantel de San Jerónimo, que se sepa si en verdad hubo negligencia. Esa responsabilidad ahora recae en la Procuraduría de Ernestina Godoy.

Y esa verdad también debe alcanzar para que el Colegio Williams, que tenía a su cargo a Abner en el momento de la crisis, deslinde responsabilidades y, de ser el caso, asuma las que le corresponden.

La tarea de la fiscalía es relevantísima, pues de su trabajo se derivarán acciones que le cambiarán la vida a muchas personas. Debe actuar superando politización y linchamientos. De su respuesta depende no sólo su credibilidad sino una parte de la credibilidad en la justicia.

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